La crítica antimoderna al nacionalismo de Arnaud Guyot-Jeannin

Por Pierre Le Vigan

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Arnaud Guyot-Jeannin es un ensayista, metapolítico y amante del cine (tema sobre el que a menudo ha escrito), además de ser considerado como un ilustre presentador de programas de radio y televisión. En este libro Arnaud Guyot-Jeannin propone realizar una crítica al nacionalismo que no consiste únicamente en oponerse a él, sino en seguir una línea de pensamiento que combine tanto el orden sacral como el político. Podríamos decir que se trata de la defensa del Imperio – en tanto combinación del federalismo con la subsidiariedad – opuesta al imperialismo como imposición de un orden determinado. El nacionalismo que ataca Arnaud Guyot-Jeannin es el que reduce a las identidades a una lucha constante entre ellas en lugar de defenderlas. Por decirlo de otro modo, AGJ intenta realizar una crítica desde “la derecha” del nacionalismo, idea que nos hubiera gustado que desarrollara con más profundidad, pero que aborda muy claramente, poniendo los cimientos futuros de esta crítica. AGJ dice que tal crítica es necesaria y explica el por qué.

AGJ distingue acertadamente entre el nacionalismo como fenómeno histórico y el nacionalismo como fenómeno ideológico, sin negar la existencia de un vínculo entre ambos fenómenos. Históricamente, el nacionalismo se refiere tanto a un movimiento de liberación nacional como a un movimiento de afirmación, a veces exclusivista, de lo nacional como elemento central de toda comunidad. El nacionalismo histórico es un fenómeno moderno y apareció con el nacimiento del Estado, como ya lo había señalado Julien Freund. Por supuesto, la guerra existía mucho antes de que apareciera el nacionalismo, pero este último el que convierte a la guerra en un fenómeno de masas. Sólo el Estado-nación crea las condiciones necesarias para que se produzca la movilización general. Ahora bien, el Estado-nación comienza a surgir a finales de la Edad Media, con la aparición de la burguesía. La burguesía, como clase social, comienza a volverse cada vez más importante después de la época de Felipe el Hermoso, hasta el punto de que reemplaza a los campesinos y a los señores feudales. Tal proceso tardó aproximadamente unos cinco o seis siglos y conllevó una transformación de la figura del rey: algunas veces los reyes se apoyaban en la burguesía para luchar contra los señores feudales que se habían convertido en aristocracia. Otras veces, el rey usó a la aristocracia en contra de la burguesía. Y en muy pocas ocasiones alguno de estos actores recurrió al pueblo en sus disputas. Finalmente, la burguesía acabaría por instrumentalizar al pueblo en contra de la aristocracia y el rey. Y aunque la burguesía profesaba valores pacifistas, es la creadora del Estado-nación homogéneo que requiere someter a todos a la disciplina del mercado y los impuestos. La homogeneización sienta las bases de la movilización de las masas haciendo que las guerras se vuelvan cada vez más mortíferas.

El patriotismo y el amor por la patria siguieron siendo parte del imaginario francés, pero en algunas ocasiones este fue más allá del patriotismo defensivo y se convirtió en una forma de imponer el modelo de la Ilustración, la libertad, la igualdad y conceptos como el individuo soberano y el libre mercado fuera de los límites nacionales. Por otra parte, la homogenización que imponía el Estado-nación tardo siglos en moldear o aplastar las comunidades populares orgánicas que existían anteriormente. Este proceso fue paralelo a la aparición del pueblo como actor político, algo que vemos encarnado en el movimiento de los “sans-culotte” y que tiene antecedentes en la Guerra de los Campesinos alemanes en el siglo XVI, la Fronda, etc. De todos modos, la legitimación ideológica del triunfo de los ideales de la revolución y sus versiones más radicales es un fenómeno bastante novedoso, pero totalmente relativo con respecto a la intervención del pueblo en los acontecimientos históricos. 

La formación de Estados nacionales en toda Europa durante el siglo XIX, favorecido por la exportación (militar) de las ideas de la Revolución Francesa, causó que el nacionalismo se confundiera con la Modernidad y que este redujera todo cuestiones de cálculo, cantidad, homogenización y racionalismo. Este proceso ya había comenzado con la centralización monárquica, pero termina por acelerase debido a que las sociedades tradicionales pierden sus formas de legitimidad ideológica y el capitalismo elimina los estamentos y castas sociales, consideradas como obstáculos molestos para su expansión. No obstante, este proceso de homogeneización siguió topándose con la resistencia, a menudo informal a la Modernidad, expresada en la diversidad de las culturas populares que existen en Francia. Francia solo llegó a aplanar sus diferencias internas alrededor de 1960, cuando se produjo la unificación de sus lenguas y paisajes, algo que en su momento fue llamada como la “Francia desfigurada”. El nacionalismo adoptó desde principios del siglo XIX un sentido economicista y se convirtió en una forma de dominación. Esta forma de dominación económica, en un primer momento británica y luego angloamericana, terminó por enfrentarse con formas de hegemonía mucho más tradicionales y directas (militares) que practicaban algunas potencias europeas como Francia y Alemania.  

El patriotismo apegado a la tierra, al pueblo y las tradiciones terminaría por enfrentarse a esta forma de nacionalismo abstracto que legitimaría el poder. Pero este patriotismo también se opondría, particularmente en Francia, a una especie de “patriotismo ideológico”, es decir, a la querella entre “dos patrias” (Jean de Viguerie) que en realidad podemos considerar como dos formas de patriotismo muy diferentes. El “patriotismo ideológico” francés sostiene un paradigma supuestamente desinteresado y universalista que consiste en extender por todo el mundo los “ideales” de los derechos humanos y de la Revolución Francesa. Esta clase de “patriotismo” es una invención francesa que pretende que todo el género humano alcance la felicidad y resulta ser bastante “conveniente”. Tal forma de patriotismo universalista fue esgrimida contra la Alemania “reaccionaria” de Guillermo I y luego de Guillermo II, además de que justificó la expansión colonial francesa. Tal “patriotismo ideológico” nunca fue inocente y siempre se encontró mezclado con toda clase de intereses. Por ejemplo, la Tercera República jamás consideró que Francia hubiera nacido en 1789, a pesar de reconocer la importancia de semejante acontecimiento histórico. La Tercera República también combinó este patriotismo, que no es otra cosa que una forma de nacionalismo disfrazado, con el reconocimiento “étnica” o etno-cultural de nuestras raíces galas. De cualquier forma, este “patriotismo ideológico” nunca fue carnal y defensivo, sino ofensivo, pues se basaba en los ideales de la Revolución Francesa con sus ideas expansionistas y maniqueas: Francia es la representante de los ideales de la igualdad, la libertad y la fraternidad, es decir, el Bien, mientras que sus enemigos representan el Mal absoluto con el que jamás se puede negociar y contra los que se debe librar una guerra a muerte. Curiosamente, esta ideología no tomó forma durante la época de las guerras de la Revolución y del Imperio, donde se firmaron varios tratados de paz, sino 120 años después con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914-1918.

Lamentablemente, hemos experimentado durante los últimos 40 años (más o menos desde finales de la década de 1980) un regreso a esta forma de patriotismo ideológico que considera que Francia es la “patria de los derechos humanos”, aunque este gran relato se ha ido debilitando con el paso del tiempo y ha perdido gran parte de su atractivo, ya que uno se integra a un pueblo por medio de las costumbres y no por las ideas, eso se debe a que las primeras son ineludibles dentro de nuestra cultura de origen. El individualismo, la sociedad de masas (no de estamentos), la homogeneización de los derechos y deberes, el gusto por lo abstracto en lugar de lo concreto, etc., nos permiten afirmar que el nacionalismo es un fenómeno específicamente moderno. Debemos defender nuestra nación y nuestro pueblo más que nunca, pero no porque sea superior a otros, dejando de lado las ridiculeces de que necesitamos que nuestros vecinos sean nuestros enemigos con tal de luchar contra ellos. Además, si queremos defender nuestra identidad es necesario que defendamos igualmente la identidad de los otros. La identidad no se encuentra fija, sino que es cambiante y se modifica en la medida en que permanecemos fieles a nosotros mismos. Finalmente, nuestra identidad no es negada por la identidad de otros, sino por la oligarquía mundial que niega todas las identidades por igual.

Fuente: https://rebellion-sre.fr/pierre-le-vigan-une-critique-antimoderne-du-nationalisme-par-arnaud-guyot-jeannin/

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