En la escuela del Padre Lenin

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Con motivo de la reedición por Kontre Kulture de «Le gauchisme maladie infantile du communisme», repasamos las lecciones de Lenin sobre la organización. Puede leerse: https://kontrekulture.com/produit/le-gauchisme-maladie-infantile-du-communisme/
Algunos nos reprocharán que nos salgamos por la tangente con un autor así, diciendo que las reglas que estableció hace más de cien años están desfasadas. Sin embargo, pensamos que sería una buena idea extraer algunos excelentes principios de organización militante y revolucionaria de la primera obra de Lenin, «Qué hacer». Es necesaria una lectura crítica y actualizada de este libro para comprender mejor sus fundamentos.
El debate sobre la organización ha sido siempre uno de los rasgos principales del pensamiento teórico de los movimientos revolucionarios contemporáneos. Lenin dio una respuesta en este texto, que es su primer gran escrito y la partida de nacimiento del bolchevismo. Pocos meses después de su fundación, en diciembre de 1900, el periódico «Iskra» publicó un borrador bajo el título «Por dónde empezar». Lenin amplió el texto en «Qué hacer», que apareció en febrero de 1902.
La base de la crítica leninista
Ante todo, «Qué hacer» no es un libro de recetas revolucionarias. Durante mucho tiempo, generaciones de activistas han buscado en él las leyes fundamentales de la subversión y a menudo han pasado por alto ideas fundamentales.
La primera parte de su libro expone los fundamentos de la crítica leninista al sindicalismo y al terrorismo. Consideraba estos dos extremos como callejones sin salida para el movimiento obrero ruso. Actuando aún dentro del movimiento socialdemócrata, Lenin definió el enfoque revolucionario como la preocupación constante por vincular la teoría y la práctica. Esta coherencia iba a estar en el origen de la futura escisión entre los mencheviques, reformistas esclavizados por la burguesía, y los bolcheviques.
El sindicalismo era incapaz de ir más allá del horizonte limitado de las reivindicaciones meramente económicas sin una conciencia de clase revolucionaria. El terrorismo, representado entonces en Rusia por los nihilistas y los anarquistas, fue rechazado por ser un planteamiento inmediatista, desvinculado de las masas y puramente espontáneo. La solución bolchevique fue, por lo tanto, dar prioridad a la construcción de una organización revolucionaria con una visión política socialista a largo plazo y la capacidad de articular teoría y práctica, así como táctica y estrategia. Así nació la idea del Partido Revolucionario como fuerza motriz de la lucha.
La creación del grupo
Para Lenin «la primera y más urgente de nuestras tareas políticas es crear una organización de revolucionarios capaz de asegurar la energía, la estabilidad y la continuidad de la lucha política». El camino era estrecho, peligroso y los comienzos modestos: «Un grupo pequeño y compacto, seguimos un camino escarpado y difícil, cogiéndonos fuertemente de la mano. Estábamos rodeados de enemigos por todas partes y teníamos que marchar casi constantemente bajo el fuego. Nos hemos unido en virtud de una decisión libremente tomada, precisamente para luchar contra el enemigo y no ceder ante el pantano de al lado, cuyas huestes, desde el principio, nos reprocharon haber formado un grupo separado y haber preferido el camino de la lucha al de la conciliación».
En su época, Lenin quería preparar a los elementos más avanzados entre los revolucionarios para construir un partido capaz de actuar en todas las circunstancias. La represión zarista le obligó a pasar a la clandestinidad. Esto significaba una rigurosa selección de las solicitudes de afiliación. Elegir a las personas adecuadas para el trabajo era crucial para la supervivencia del grupo.
¿Por qué crear un grupo así? Porque «la organización de los revolucionarios es esencial para “hacer” la revolución política. Hoy, esa revolución es la lucha contra la violencia que sufrimos a manos del capitalismo».
Esta resistencia constante no permite ningún diletantismo. Criticar el sistema y vomitarlo en brillantes discusiones en oscuros y humeantes bistrós o en interminables mensajes en Internet es quizá una prueba de lucidez. Pero no es suficiente para quienes quieren ir más allá. Quienes son verdaderamente conscientes de la situación actual no se sientan a esperar a que llegue la gran noche, sino que pasan a la acción para cambiar las cosas. Se forman intelectualmente y comparten sus conocimientos con los demás. Su objetivo es seguir siendo libres y autónomos y desvincularse de las costumbres y las ideas actuales (incluso de las ideas pseudo-subversivas que no resultan ser más que modas o distracciones creadas por el sistema). Su objetivo no es recluirse en el bosque, sino participar activamente en la construcción de una alternativa. Este enfoque positivo implica, entre otras cosas, un compromiso militante.
¿Quiénes son los miembros de este grupo?
«Necesitamos comités de revolucionarios profesionales, formados por personas – trabajadores o estudiantes, ¡da igual! – que hayan sido capaces de educarse como revolucionarios profesionales». Lenin hablaba de «un pequeño núcleo compacto, formado por los obreros más fiables, experimentados y curtidos, un núcleo con hombres de confianza en los principales distritos». Estos hombres y mujeres, obreros o no, formaban la vanguardia revolucionaria. Proporcionan el impulso, el movimiento, supervisan y no dejan nada al azar: «la participación más activa y amplia de las masas en una manifestación, lejos de tener que sufrir, ganará mucho si una docena de revolucionarios experimentados (…) centralizan todos los aspectos de la misma: publicación de octavillas, elaboración de un plan aproximado, designación de un cuerpo de dirigentes para cada distrito de la ciudad, cada grupo de fábrica, cada centro de enseñanza…».
Esta idea de la vanguardia revolucionaria iba a ser objeto de muchas discusiones posteriores. Se debatió la idea de que el Partido concientizara a la clase obrera de su papel histórico desde «fuera». Específico del contexto de la Rusia zarista, donde la clase obrera era numéricamente débil y el campesinado estaba mal organizado, respondía a la necesidad de centralizar el movimiento revolucionario y representaba un cerebro colectivo. Esta centralización pasaría más tarde al Partido Bolchevique y degeneraría en burocratismo estatal una vez tomado el poder.
Pero lo que sigue siendo fundamental en la obra de Lenin es que esta vanguardia debe formarse intelectual y físicamente: «las masas nunca aprenderán a librar la lucha política si no contribuimos a formar dirigentes para esa lucha, tanto entre los obreros instruidos como entre los intelectuales». Sí, formémonos: organicémonos, leamos, hagamos deporte. No perdamos el tiempo. Formemos una comunidad militante unida por un proyecto político y unos ideales comunes. Tengamos un estilo de vida sano. No nos dispersemos, unamos nuestro tiempo y nuestra voluntad para defender nuestra dignidad. ¿Por qué decimos esto? Porque «sólo podemos llamar a los demás a la acción si nosotros mismos damos ejemplo inmediatamente». Y este ejemplo debe ser un esfuerzo constante, alejado de cualquier existencia o espíritu burgués. Se trata de un «asedio regular a la fortaleza del enemigo, es decir, de llamar a la concentración de todos los esfuerzos con vistas a reunir, organizar y movilizar un ejército permanente».
«El Partido Revolucionario reunirá a hombres probados, profesionalmente preparados e instruidos por una larga práctica, perfectamente de acuerdo entre sí (…) Combinadas estas cualidades, tenemos algo más que democratismo: una completa confianza fraternal entre revolucionarios».
«Qué hacer» nos enseña que no hay victoria a medias ni fracaso a medias. No hay compromiso ni coexistencia. Sólo hay una lucha y sólo habrá un vencedor en la lucha por el futuro.
Fuente: https://rebellion-sre.fr/a-lecole-du-pere-lenine/