Murray Bookchin y la renovación de una política orgánica y ecológica

Por Yohann Sparfell

Traducción del francés de Juan Gabriel Caro Rivera

Texto de publicado en el número 77 de la revista Rébellion. Encuentra los textos de nuestro colaborador en su sitio http://www.in-limine.eu

Murray Bookchin fue un ambientalista radical y activista laboral estadounidense que nació el 14 de enero de 1921 en la ciudad de Nueva York y falleció el 30 de julio de 2006. Es conocido por haber desarrollado un ambientalismo radical muy particular, además de haber creado, durante la última etapa de su vida, una teoría sobre el municipalismo libertario. Los principios políticos que defendió, y que expondremos en este artículo, están basados principalmente en la idea de que la vida social debe (auto) organizarse en torno a las relaciones interpersonales e intercomunitarias, estas relaciones sociales deben estructurarse alrededor del cuestionamiento de un sistema que se dedica únicamente a la satisfacción de los intereses egoístas tanto colectivos como individuales. Bookchin defendía antes que nada una forma de política orgánica que otros autores, como lo hizo en su tiempo Althusius, habían planteado ante la idea de ser sometidos a una soberanía estatal que existiera por encima y por completo separada de los pueblos: la sagrada república de Bodin. La idea principal de Bookchin es que la ecología se puede convertir en un modo de salir del sistema capitalista únicamente si consigue volverse un nuevo modo de expresión que ayude a regenerar y hacer florecer una vida social dinámica. Por vida social dinámica debemos entender las relaciones cotidianas directas entre las personas y la reapropiación de la política en todos los niveles de la vida comunitaria, que son los únicos medios para poder reconstruirla.

Bookchin cuestionó la hegemonía de los partidos “políticos” en la toma de decisiones de los pueblos. Al contrario, quería que la política volviera a tener un lugar eminentemente en la vida de las personas y las organizaciones comunitarias, siendo este un medio para que estas se realizaran verdaderamente:


“Nuestra política es, por lo tanto, orgánica y ecológica, no se trata de una política formal ni estructurada (en el sentido vertical del término), como lo veremos más adelante. Se trata de un proceso continuo y no de un episodio ocasional que sucede de vez en cuando en las campañas electorales. Cada ciudadano madura individualmente a través de su propio compromiso político y a través de las abundantes discusiones e interacciones que tiene con los otros. El ciudadano siente que tiene el control de su destino y que puede determinarlo en lugar de ser determinado por otras personas y fuerzas sobre las que no tiene ningún control. Este sentimiento es simbiótico: la esfera política refuerza la individualidad dándole un sentimiento de posesión y, viceversa, la esfera individual refuerza la política dándole un sentimiento de lealtad, responsabilidad y obligación” (1).

No creemos que debamos ver en esta visión una cierta forma de ciudadanía del pasado expuesta por Murray Bookchin, o una forma nostálgica que corresponde a una época anterior. Más bien se trata de una serie de experiencias que contienen lecciones bastante interesantes de cómo establecer una democracia real. Ese recuerdo de un tiempo en que las relaciones sociales eran completamente diferentes a las relaciones sociales existentes al día de hoy y que antes estructuraban la vida de las comunidades humanas y que hoy se desvanece poco a poco bajo la bruma de un ambientalismo absoluto y de una racionalidad totalitaria a partir de la cual se llega a la impresión de que estamos en el “Fin de la Historia” o en el momento en que hemos triunfado sobre todos los “oscurantismos” que existían en el pasado.

Bookchin dirigió sus ataques principalmente en contra del Estado moderno y en contra de aquellos que le servían incondicionalmente, es decir, atacó a los “especuladores, a los representantes de las grandes empresas, a las clases empresariales y a todo tipo de grupos de presión”. Para ver un ejemplo contemporáneo de esto, simplemente debemos ver las conversaciones secretas que hace la UE con tal de conseguir que los ciudadanos europeos acepten el acuerdo TAFTA, mientras que el voto por el “Brexit” es un síntoma del hartazgo que sienten los pueblos hacia esa forma de hacer política. La burocracia estatal sirve a una clase social cuyos intereses van dirigidos a manipular a los individuos despersonalizados con tal de que acepten el despojo de su propio futuro, pero especialmente va dirigido a que los individuos rechacen la capacidad que tienen de determinar la forma de vida que más les conviene. Bookchin criticó a los Estados modernos por interferir esencialmente en la vida de las personas, gestionando los asuntos públicos de los ciudadanos e impidiéndoles hacer algo por sí mismos. En resumen, el Estado profesionalizó la vida política a través de los partidos “políticos”, siendo estos uno de los principales objetos de sus críticas:

“… cada partido tiene sus raíces en el Estado y no en la ciudadanía. Los partidos tradicionales son para el Estado como las prendas que se le ponen a un maniquí. Por variada que sea la indumentaria y su estilo, no forman parte del cuerpo político, se contenta con vestirla. No hay nada genuinamente político en este fenómeno: está destinado precisamente a envolver, controlar y manipular el auténtico cuerpo político y no expresa su voluntad, ni siquiera le permitir desarrollar su propia voluntad. No puede existir un partido “político” tradicional que derive en la constitución de un cuerpo político. Dejando de lado la metáfora, los partidos “políticos” son réplicas del Estado cuando no están en el poder y, a menudo, son sinónimos del Estado cuando están en el poder. Están entrenados para movilizar, mandar, adquirir poder y liderar. Por lo tanto, son tan inorgánicos como el Estado: son la consecuencia de vivir en una sociedad que no tiene raíces, son un cuerpo que no tiene responsabilidad hacia la sociedad más allá de las necesidades de formar facciones, adquirir poder y movilizarse en pos de sus intereses”.

Podríamos contradecir el anterior pasaje de Bookchin argumentando que el Estado no es inorgánico en sí mismo, pero su actual encarnación sí lo es. El Estado moderno, o más exactamente, el Estado posmoderno es un instrumento que está destinado a establecer una normalización de la vida con tal de controlar cada vez más fácilmente todos los aspectos de la sociedad, además de crear un sistema de vigilancia generalizado que se despliega como una pura inmanencia que obnubila el sentido común por medio de múltiples medios que territorializan la sociedad. El Estado, cuando sigue las órdenes de una comunidad que hace parte de otras comunidades y que en su conjunto constituyen una nación con una estructura federalista ¡funciona bien! En ese caso forma parte de un Orden y un Conjunto Orgánico que constituyen un todo. Además, Bookchin lo describe de la siguiente manera:

“La política no es el arte de dirigir el Estado y los ciudadanos no son ni votantes ni contribuyentes. El arte de administrar el Estado consiste en operaciones que involucran al Estado: el ejercicio de su monopolio sobre la violencia, el control de los aparatos reguladores de la sociedad a través de la elaboración de leyes y reglamentos, la gobernanza de la sociedad por medio de magistrados profesionales, el ejército, la policía y la burocracia”.

La diplomacia, la guerra, la seguridad interna, las grandes infraestructuras… esas son las tareas que debe ejercer un Estado orgánico. En el momento en que el Estado comienza a invadir la esfera de aquello que las comunidades pueden hacer por sí mismas, se vuelve omnipotente, pero también omnisciente, y se convierte en una enorme máquina para administrar y normalizar, tanto desde un punto de vista económico como desde un punto de vista ideológico. Su realidad orgánica desaparece por completo en este caso, como sucedió a partir de la revolución intelectualista y capitalista que aconteció en el siglo XVIII, la cual es posteriormente reemplazada por un totalitarismo más o menos “democrático”, más o menos “blando”, cuyos efectos en la vida social son catastróficos: el materialismo omnipresente que hoy existe en todas partes a borrado por completo las fuerzas de la vida y la creatividad de las comunidades. Es preciso decir que no entendemos el organismo como sinónimo de organización cuya particularidad (en una perspectiva empresarial que hoy se ha hecho general) se apoya en la noción de que es necesario una forma de autorregulación para gestionar el creciente caos que este genera. La creatividad no puede desarrollarse realmente sin antes existir en un mundo sano donde se garantice la estabilidad, la duración y el arraigo; es en esos principios donde podemos encontrar un principio trascendente.

Es la política la que está siendo destruida por este deseo de “gerenciar” la toma de decisiones desde centros anónimos, al menos eso fue lo que dijo Bookchin y eso es lo que pensamos nosotros en OSRE. En efecto, si el Estado moderno y los partidos “políticos” destruyen la vida comunitaria y la auténtica fuerza y ​​flexibilidad de la política, es porque la política:


“… es un fenómeno orgánico. Es orgánico en el verdadero sentido de que representa la actividad de un organismo público, o, si se prefiere, de una comunidad. Esto es comparable al proceso de floración de una planta que se encuentra enraizada en el suelo. La política, concebida como una actividad, implica el discurso racional, el compromiso público, el ejercicio de la razón práctica y su realización en una actividad compartida y participativa”.

Es una condición sine qua non de esta clase de política el establecimiento de una verdadera democracia cuya inspiración, según Bookchin, tiene raíces en la democracia ateniense tanto como en las experiencias de autogestión de las primeras comunidades de colonos estadounidenses. Bookchin cree que es la reorganización de las comunas el medio por el cual los ciudadanos volverán a ejercer una forma de control sobre su futuro. Por lo tanto, el primer paso es redefinir el concepto de ciudadano.

Para ello, es fundamental afirmar el carácter ilusorio del individuo “autónomo”. El “verdadero” ciudadano como lo llama Bookchin no puede concebirse sin estar arraigado en una comunidad política que le proporciona apoyo y solidaridad, pero también de la cual se puede apartar con respecto a ella y construir su singularidad. Estas ideas no tienen nada que ver con las bases de la teoría liberal de que es necesario destruir los prejuicios de esas “unidades elementales” para crear una forma de “política” contractualista. El “ciudadano”, en un sentido liberal, solo necesita de “Derechos Humanos” abstractos, mientras que para el ciudadano comunalista los Derechos del Hombre y del ciudadano son concretos, es decir, son derechos que se determinan según las condiciones de la participación plena en la vida política de la misma comunidad y de quienes participar de ellos por su pertenencia a la comunidad. La condición fundamental de todo este proyecto es la reintroducción de un concepto organicista de la comunidad. Ese es el principal objetivo de toda la dinámica revolucionaria desde 1848 y fue lo que intento hacer la Comuna de París en 1870: dar sentido a la libertad.

Bookchin insistió mucho en la importancia de conservar la comunidad humana y, por lo tanto, de apoyar una diversidad de grupos solidarios entre sí y que estuvieran en “armonía con el mundo natural”, como él mismo dijo. Y podríamos agregar a esto: “y también con la historia tal como es escrita por cada generación”. El desarrollo de una verdadera ciudadanía no puede prescindir del hecho comunitario porque no podría llegar a ser sin el esfuerzo incesante del hombre para realizarla, y no la “adaptación” de la comunidad al hombre, porque entonces estaríamos defendiendo una forma de privacidad que no es parte del hombre que se convierte en ciudadano, sino de los cálculos del individuo que busca vivir en una atmósfera caótica hiper-gestionada. Es por eso que:

“Una ‘ciudadanía’ separada de la comunidad puede ser tan debilitante para nuestro sistema político como lo es la ‘ciudadanía’ de un Estado o de una comunidad totalitaria. En ambos casos, volvemos a un Estado de dependencia característico de la primera infancia, que nos hace peligrosamente vulnerables a la manipulación, ya sea debido a personalidades muy fuertes con las que convivimos en nuestra vida privada, o debido al Estado o a las grandes empresas que existen en la vida pública. De cualquier manera, en ambos casos carecemos de la individualidad y de la comunidad: una vez que removemos la tierra de la comunidad que nutre la auténtica individualidad todo desaparece. Por el contrario, es la interdependencia dentro de una comunidad sólida lo que puede enriquecer al individuo por medio de la racionalidad, un sentido de solidaridad y de justicia, además de esa libertad efectiva que lo convierte en un ciudadano creativo y responsable”.

Pero, para revivir la verdadera política y la ciudadanía que le es consustancial, es importante resaltar un aspecto de la vida política en el cual Bookchin depositó todas sus esperanzas, creyendo que esto le daría a las comunidades un control total sobre su destino. Para él, la toma de decisiones debe hacerse a un nivel municipal: esta perspectiva no tiene nada que ver con el fortalecimiento de la participación electoral, del voto que es realizado en la intimidad de “la cabina de votación”, por ejemplo, gracias al voto electrónico por Internet. Boockhin creía que lo importante era reconstituir las relaciones directas entre las personas, entre los ciudadanos, y de ese modo participar en la toma de decisiones comunes siempre que sea posible. Como decía el propio Proudhon, el sistema electoral del sufragio universal es como el hacha que divide al pueblo, es aquel a través del cual se individualiza la participación, la cual resulta finalmente ilusoria, y es distorsionada desde el principio por los partidos.

El diálogo y el lenguaje corporal le parecían tan fundamentales a Bookchin, o incluso más, que el intercambio de ideas o la confrontación de puntos de vista que se pueden formular desde la distancia, sin la necesidad de una relación física entre los participantes.

“Me refiero aquí a los procesos fundamentales de socialización, de interacción continua entre los múltiples aspectos de la existencia que hacen que la solidaridad, y no solo la ‘convivencia’, sea tan esencial para las relaciones interpersonales verdaderamente orgánicas”.

Por eso, con tal de construir ese “nuevo cuerpo político”, Bookchin pensó que era imprescindible llevar acabo una renovación política dentro de las entidades comunitarias “naturales” que fueran más cercanas al pueblo, es decir, las comunas, pero también las comunidades de los pueblos, los barrios, etc. Una dinámica verdaderamente democrática, diferente de su parodia electoral y su parodia partidista, solo puede lograrse dentro de estructuras lo suficientemente pequeñas como para permitir el renacimiento de relaciones directas capaces de fomentar la participación en los debates y la toma de decisiones públicas. Y, sobre todo, en una visión estrictamente ecológica, que según él era uno de los problemas que enfrenta el mundo moderno en términos de contaminación, deterioro del medio ambiente, así como de las formas de vida, la pérdida de la identidad o de los hitos culturales. Es algo que solo podremos conseguir por medio de resultados felices y a través de una revisión de nuestras creencias y nuestros prejuicios mediante una discusión pública cara a cara, directa, sin el uso de sutiles eufemismos electorales.

En consecuencia, el municipio, subdividido de acuerdo a su tamaño, representa la forma elemental de la vida política…

“… es el nivel donde vive la gente de forma más íntima de acuerdo a su interdependencia política y que va más allá de la privacidad. Es aquí donde pueden comenzar a familiarizarse con el proceso político, un proceso que va mucho más allá de la votación y la información. Es también en este nivel donde puede superarse la insularidad de la vida familiar privada, una vida que a menudo se celebra en nombre del valor de la interioridad y el aislamiento, e inventar instituciones públicas que hagan posible la participación y co-gestión de una comunidad más amplia”.

Bookchin no se alimentó de prejuicios utópicos con tal de fundar sus propuestas, sino de un análisis de la historia mediante el cual a menudo insistía en las “tradiciones democráticas profundamente arraigadas” de nuestras culturas, pero enterradas bajo el revoltijo ideológico de la Modernidad. El municipalismo libertario, como Bookchin llamó a su propuesta de reorganización de la sociedad – o, mejor dicho, la reconstrucción de una comunidad global – puede calificarse de proyecto revolucionario, pero gradualista, en el sentido de que se basa íntegramente sobre una realidad humana profunda: los hombres tienen que vincularse entre sí para resolver los problemas comunes por medio del arte de la creación y el desarrollo del sentido común. Para ello es imprescindible establecer situaciones de conflicto y enfrentamiento con respecto al orden burgués y globalista dominante exaltando la contradicción que existe entre las aspiraciones humanas por una “buena vida” – que este fuera de las ilusiones del Mercado – y la imposición forzada de una vida artificial homogeneizada al servicio del capital.

La política es (en su sentido verdadero y no distorsionado) el elemento que permite al cuerpo social funcionar como un organismo cuyo fin es elevarse y no mantenerse indefinidamente sin ninguna razón. La jerarquía no se basa en prejuicios. Se despliega de acuerdo con las capacidades que tienen ciertos órganos o miembros de este cuerpo social para poder asumir responsabilidades o mandatos. La autoridad en este sentido no es autoritarismo y encaja casi de manera vital en el proceso de toma de decisiones, así como en el equilibrio del conjunto. Bookchin notó esto muy bien cuando habló de los deberes que deben asumir los mandatarios en contraposición a los privilegios que tienen hoy. Estas condiciones son las que pueden permitir una auto-organización real de las comunidades a partir de la base, las comunas y sus subdivisiones, reconociendo, como lo hizo Murray Bookchin, que estas “municipalizaciones” solo podrían ser viables si estuvieran integradas incluso en una estructura de tipo federal.

Aunque tenemos muchas reservas con respecto a las posiciones que sostuvo al final de su vida, donde habla de la toma del poder de los municipios por medio de organizaciones ciudadanas, y esto a través de las elecciones municipales controladas por el sistema – que es lo que llamó el “municipalismo libertario” –, nos parece importante volver a estudiar su obra, porque es capaz de brindarnos algunas reflexiones y medios de acción que no están contaminados por las interminables repeticiones usadas por las ideologías supuestamente socialistas, en particular las marxistas o socialdemócratas.

1. Murray Bookchin, Le municipalisme libertaire, Une nouvelle politique communale? Todos los pasajes de Murray Bookchin citados en este artículo están tomados de este texto.

Fuente: https://rebellion-sre.fr/murray-bookchin-renouveau-dune-politique-organique-ecologique/

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