La formación del espíritu capitalista en Werner Sombart
Par Théo DELESTRADE.
Traduction en espagnol/Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
« Fausto: ¡Maldito sea Mammón, cuando, con el señuelo de sus tesoros, nos impulsa a empresas
audaces, o cuando, con ociosos goces, nos rodea de voluptuosos cojines! ».
Goethe, Fausto, 1790.
Junto con su director de tesis Gustav von Schmoller, Werner Sombart es uno de los líderes de la
escuela histórica alemana. En oposición a la economía clásica, trató de promover un enfoque
multidisciplinar de la economía, basado en el análisis sociológico e histórico. En su libro de 1913, El
burgués, Sombart se esforzó por demostrar que el capitalismo era el producto de un nuevo
espíritu y no, como pretendía la teoría económica liberal, una asociación de individuos que
buscaban únicamente hacer valer sus intereses egoístas dentro de un mercado autorregulado.
Sombart trata de demostrar que el homo oeconomicus no ha existido siempre, y se propone
comprender su nacimiento y advenimiento. En oposición a Marx y su materialismo histórico,
Sombart pretende demostrar que el capitalismo es ante todo un espíritu y un hecho social total.
Todo su análisis del capitalismo explica el cambio de mentalidad entre la del hombre precapitalista
y la del hombre moderno. El planteamiento de Sombart es muy original y bien fundado, aunque
relativamente desconocido hoy en día. La pregunta a la que trata de responder Sombart es: ¿cómo
explicar la aparición del espíritu capitalista en el curso de la historia?
Para comprender la importancia histórica de la obra de Sombart, debemos ante todo entender las
cuestiones intelectuales que están en juego y comprender dónde encaja la obra de Sombart en la
historia de las ideas. Contemporáneo de Karl Marx y considerado marxista a lo largo de toda su
carrera académica, Sombart trató de ampliar e ir más allá de la obra de Marx. Eminente crítico de
Marx, fue reconocido por Engels, con quien mantuvo una breve correspondencia, como el único
economista alemán que había comprendido El Capital de Marx.
Una diferencia notable entre los dos economistas radica en la cuestión del materialismo y el
idealismo. Para Marx, que es un materialista en el sentido filosófico del término, los hechos
sociales y las ideas de una época están determinados por la infraestructura, que incluye las
relaciones de producción, las condiciones de producción y las fuerzas productivas. Para él, es la
infraestructura, Bau, la que da lugar a la superestructura, Überbau, que incluye el Estado, las ideas
y representaciones individuales y colectivas, y la autoconciencia. En cambio, Sombart, un idealista,
intenta demostrar que, en realidad, aunque la influencia de la infraestructura es innegable, es más
bien lo contrario de lo que pensaba Marx: es la superestructura la que influye realmente en la
infraestructura. Opone así al materialismo histórico de Marx un « idealismo histórico », por así
decirlo. Sombart se considera un sociólogo de las ciencias noológicas, es decir, de las ciencias que
estudian el mundo del espíritu, del pensamiento, según la expresión que Proudhon tomó de M.
Ampère. Sombart justifica su idealismo de la siguiente manera: « Puesto que las organizaciones son
una obra humana, el hombre y el espíritu humano deben necesariamente preexistir a ellas. 4
¿Cómo nació el espíritu capitalista?
Sombart toma la noción de « espíritu », Geist, central en la Fenomenología del Espíritu de Georg
Wilhelm Friedrich Hegel, y la adapta para definir el espíritu económico, que representa todas las
facultades y actividades psíquicas que intervienen en la vida económica. El espíritu económico va
más allá de las meras normas morales y la ética, ya que incluye, entre otras cosas, la inteligencia,
los distintos rasgos del carácter y los juicios de valor. Estos factores espirituales son decisivos para
explicar las realidades sociales concretas presentes en un momento dado de la historia: es, pues, a
su juicio, el espíritu el que da origen a la vida económica.
Del burgués « a la antigua » al hombre económico moderno
Sombart formula una tesis original al situar el nacimiento del capitalismo en las repúblicas
mercantiles del norte de Italia durante el Trecento, y más concretamente en Florencia. El tratado
Del governo della famiglia de Leone Battista Alberti, uno de los grandes humanistas polimáticos
del Quattrocento, es ya el epítome del burgués, con elementos que se encontrarían más tarde en
Defoe y Benjamin Franklin. Alberti alababa la « sancta cosa la masserizia », el « espíritu santo del
orden », que se refiere a la correcta organización interna de la economía, sobre todo mediante la
racionalización de la conducta económica y el espíritu de ahorro. Con el desarrollo del primero, el
« dominus » se encargó por primera vez de la administración económica. La importancia creciente
de este último con la expansión del capitalismo señala también la transición de una economía
basada en el gasto a otra basada en los ingresos. Esto llevó a Santo Tomás de Aquino a afirmar que
el dinero sólo existe para ser gastado: « usus pecuniae est in emissione ipsius », y según Alberti, el
credo de todo buen burgués era que el gasto no debía superar los ingresos. Sombart muestra que
Florencia fue la cuna del cálculo comercial con el Liber Abbaci de Leonardo Pisano en 1202, que
estableció los principios del cálculo correcto y condujo a la creciente matematización del mundo.
En total, en el siglo XIV había seis escuelas de cálculo en Florencia. Esta reducción de todo a la
cantidad, es decir, a la sustancia, el aspecto más crudo de la existencia manifiesta, es analizada
brillantemente por René Guénon. Su pensamiento, fuertemente influido por el esoterismo, el
hinduismo y las doctrinas metafísicas orientales, propone una filosofía de la historia tradicionalista
y cíclica (a diferencia de Hegel o Spengler). Para Guénon, el ciclo en el que está inmersa
actualmente la humanidad es el del Kali Yuga: se trata de una edad oscura, la Edad de Hierro de la
mitología griega, de la que habla Hesíodo, por ejemplo13 y que se caracteriza por un aumento de
la velocidad y una multiplicación de los acontecimientos. Nuestro ciclo consagra el carácter
cuantitativo en beneficio del carácter cualitativo y anuncia la caída del polo esencial hacia el polo
sustancial, la materia de la escolástica, que no es, para el hombre, más que pura cantidad. Esta
degeneración se manifiesta concretamente (Guénon adopta siempre dos puntos de vista: el punto
de vista humano y el punto de vista cosmológico) a través de la moneda, por ejemplo. Antes
revestida de símbolos muy específicos, su función es ahora únicamente la de servir de valor de
cambio, cuyo valor inherente puede degradarse a su vez, por ejemplo por la inflación. Este giro
hacia la era de la cantidad puede apreciarse en la frase de Cornelius Castoriadis, que casi se
convierte en aforismo: « Lo que cuenta a partir de ahora es lo que se puede contar ».
F
Un aspecto interesante del método de Sombart es que hace distinciones entre sociedades o
pueblos en sus análisis: se da cuenta de que el espíritu capitalista difiere en intensidad de un
pueblo a otro, de una época a otra, e incluso en la prominencia de un carácter particular en
diferentes comunidades o clases sociales. A diferencia de Marx, que ve los factores materiales
como fuerzas que actúan en una dirección única y predeterminada (este sentido de la historia
hace del capitalismo un mal « necesario ») y sin distinciones entre sociedades o pueblos
(internacionalismo), Sombart analiza en profundidad las variaciones, apariciones y desapariciones
del espíritu capitalista en los distintos países.
Así, es posible interesarse por Francia, por su especificidad histórica, ya que siempre hemos
encontrado allí empresarios de genio. Así lo ilustra el ejemplo de Jacques Cœur, banquero de
Carlos VII, que desarrolló un negocio de gran estilo en el siglo XV. De hecho, su leyenda iba a
producir descendientes ávidos de aventuras: Rochefort, Boncour, Lesseps… El comercio de
Jacques Cœur representaba por sí solo un poder comercial extraordinario, del que se decía en la
época que era capaz de igualar al de genoveses, venecianos y catalanes. Acusado de alta traición y
falsificación, Jacques Cœur acabó su vida en prisión, despojado de todos sus bienes y condenado
al exilio. Sin embargo, este espíritu típicamente francés se mezclaba a veces con el temor a la falta
de espíritu capitalista entre los franceses, que tenían fama de indolentes, preferían quedarse en su
zona de confort y no querían trabajar demasiado. Esto se ha manifestado históricamente en el
funcionariado, que se extendió en el siglo XVI y se manifestó en « un desdén por las carreras
industriales y comerciales ».