Novorrusia como cabeza de puente de Occidente
Por Maxence Smaniotto
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
La guerra que está sucediendo ahora era inevitable y predecible. Era inevitable y predecible incluso después de que las autoridades rusas reconocieron la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, las cuales se habían separado de facto de Ucrania en el 2014.
Era Inevitable debido a la dinámica geopolítica marcada por el enfrentamiento entre Occidente y Rusia. El golpe de Estado que aconteció en diciembre del 2013, llamado por los medios de comunicación occidentales como la “Revolución del Euromaidán”, hizo que Ucrania se uniera al bando euro-atlantista liderado por los Estados Unidos.
Los manifestantes y las redes prooccidentales aliadas a la oligarquía ucraniana derrocaron al presidente rusófilo Víktor Yanukóvich debido a que este último había decido interrumpir el proceso de asociación de Ucrania a la UE.
La decisión de Yanukóvich causó la sublevación de las élites de Kiev y de los jóvenes que veían a la UE y a Occidente como una especie de tierra prometida. Las protestas condujeron a un cambio de régimen que sustituyo al oligarca prorruso Yanukóvich por el oligarca prooccidental Petro Poroshenko. Poroshenko remató lo que quedaba de la economía ucraniana y destruyó su frágil sistema social mediante la aplicación de políticas neoliberales, además de impulsar la incorporación de Ucrania al mundo euro-atlantista.
Poco después de un intentó de imponer una ley que solo reconocía el idioma ucraniano en un país donde una cuarta parte de la población habla ruso, estallaron protestas en varias partes de Ucrania, especialmente en las regiones del sureste del país, Donetsk y Lugansk, que se alzaron en armas y se independizaran.
Los acuerdos de Minsk II firmados por Alemania, Francia, Ucrania y Rusia lograron calmar el conflicto durante un tiempo, pero no resolvieron la cuestión de las dos repúblicas secesionistas. Los rusos propusieron que se les concediera un estatuto de autonomía dentro de Ucrania con tal de mantener la paz mientras que los ucranianos rechazaron tal solución.
Los combates entre el ejército ucraniano y las fuerzas de Donetsk y Lugansk se reanudaron en el otoño del 2021, poniéndole así fin a los tratados de Minsk II. Las tensiones entre las partes también aumentaron debido a la belicosidad de Joe Biden.
Desde 1945 la política estadounidense hacia Eurasia sigue el análisis geopolítico de Nicholas Spykman (1893-1943), quién sostenía la necesidad de crear “cabezas de puente” a lo largo y ancho del continente euroasiático (el Rimland) y de ese modo liquidar el poder de Rusia (la URSS) y de otros países que podrían dominar la isla del mundo con tal de retar el poder de los Estados Unidos.
Estas ideas fueron retomadas por el exasesor de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski (1928-2017), quien escribió un libro titulado El gran tablero mundial: La supremacía estadounidense y sus imperativos geostratégicos donde hablaba de dividir de forma sistemática a todos los países de Eurasia mientras que Europa era ocupada por la OTAN y Ucrania separada de Rusia. Brzesinski consideraba Ucrania como uno de los principales pivotes geopolíticos que permitían la dominación de Rusia.
Estas acciones iban en contra de todos los acuerdos firmados por Rusia durante la década de 1980 que, junto con la reunificación de Alemania y la disolución del Pacto de Varsovia, esperaba que la OTAN realizara algo similar. No obstante, Estados Unidos siguió expandiendo la OTAN hacia el Este y amplió su poder económico y militar en la zona.
Por supuesto, tales acciones hacían previsible lo que iba a acontecer. De hecho, todos los grandes analistas del espacio postsoviético sabían que en algún momento Rusia reconocería a estas repúblicas secesionistas. Maurizio Murelli, un activista cercano a Alexander Dugin y editor de AGA, ya había predicho el estallido de la guerra después de analizar el fracaso de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia el 26 de enero de este año. Rusia deseaba que Estados Unidos se comprometiera a la no integración de Ucrania dentro de la OTAN y la “finlandización” de la misma. Washington se negó a ratificar estas condiciones, por lo que a Moscú solo le quedaba reconocer a Donetsk y Lugansk.
Las consecuencias
El hecho de que ambas repúblicas hayan sido reconocidas es un gran fracaso para la diplomacia europea, especialmente la francesa, pero también para Rusia y Ucrania.
Si Ucrania se hubiera convertido en una entidad federal con amplias autonomías regionales se podría haber evitado el conflicto, pero Kiev decidió ir en la dirección contraria. Rusia también ha demostrado los límites de su poder diplomático, ya que la guerra deja claro que no tiene suficiente poder para resolver el conflicto de forma pacífica.
El reconocimiento de estas dos repúblicas separatistas impedirá que Ucrania pueda ser parte de la OTAN, pero causará que este país se separe mucho más de Rusia. Semejante fragmentación del espacio eurasiático, en particular de Europa, es un mal signo.
La guerra ha estallado justo ahora que era necesario construir y consolidar una unión euroasiática que permitiera contrarrestar el peso económico e ideológico de los Estados Unidos y sus aliados. Los conflictos en el Cáucaso, Europa del Este y Asia Central, manipuladas por actores externos y élites corruptas, como es el caso de Kazajstán, tampoco nos ayudarán a integrarnos y estabilizarnos.
Es difícil predecir las consecuencias a corto y largo plazo de esta guerra, ya que todo esto depende de las decisiones que adopte el gobierno ucraniano. ¿Decidirá el gobierno ucraniano continuar su ofensiva militar contra el Donbass y de ese modo provocar la respuesta de las tropas rusas? ¿Volodymyr Zelensky, antiguo actor de comedia y actual presidente de Ucrania, seguirá gobernando o será destituido?
Sin embargo, el reconocimiento de las dos repúblicas separatistas de Ucrania tendrá consecuencias mucho más profundas que el reconocimiento de las repúblicas separatistas de Georgia, Abjasia y Osetia del Sur en el 2008, ya que tal reconocimiento causará el desencadenamiento de sanciones económicas contra Rusia.
Tales sanciones ya han sido consideradas por Moscú y por esa razón Rusia ha buscado reafirmar sus alianzas con China, Irán y otros países con tal de crear un sistema alternativo al euro-atlantismo. Obviamente, estas sanciones no tendrán un gran impacto en la economía rusa. Las grandes víctimas de esta crisis serán los europeos que, deslumbrados por la retórica arco iris de Estados Unidos, no se dan cuenta de que la política de contención de China y Rusia es antes que nada una agresión contra Europa y una fragmentación de Eurasia.
Los únicos que saldrán ganando con las sanciones serán los Estados Unidos, que podrán convertir a Europa en un gran mercado para vender su producción de gas de esquisto y sustituir el mercado del gas ruso. Por otra parte, la crisis del Donbass, y ni hablar del empeoramiento de las relaciones de Ucrania y Rusia, podrían ir más allá de los problemas meramente energéticos. El gran meollo del asunto son los gaseoductos Nord Stream 1 y 2 construidos por la empresa rusa Gazprom (propietaria de un 50% de los mismos) y que atraviesan el Mar Báltico desde Rusia hasta llegar a Alemania, sin pasar por Ucrania. La construcción del Nord Stream 1 comenzó en el 2005 y se completó en el 2012, mientras que el proyecto para duplicar su capacidad, el Nord Stream 2, comenzó en el 2018 y empezó a funcionar en septiembre del 2021. Ambos proyectos fueron muy criticados por Estados Unidos y sus secuaces europeos (Polonia y los países bálticos) que temía un acercamiento entre la UE y Rusia. Tanto Estados Unidos como sus aliados europeos han intentado desestabilizar Bielorrusia, pero la revolución de colores que apoyaron fracasó en el 2021, por lo que desde entonces han presionado a la OTAN para que envíen cada vez más soldados a las fronteras con Rusia y Bielorrusia.
Uno de los desencadenantes del reconocimiento de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk fue la decisión de Alemania de cerrar el Nord Stream 2. La excanciller alemana Angela Merkel, cercana a los círculos atlantistas y europeístas, intentó mantener un equilibrio con Rusia, país que conocía muy bien y cuyo idioma hablaba fluidamente con Vladimir Putin. Merkel sabía que la independencia de Europa y Alemania dependía del suministro del gas ruso. Sin embargo, el nuevo canciller Olaf Scholz ha impulsado la completa sumisión de los alemanes a sus amos estadounidenses, haciendo que Angela Merkel parezca una especie de Bismarck en contraposición. Herr Scholz tendrá que encontrar una manera de ayudar a los europeos y sus empresas a pagar las facturas de gas, ya que Rusia era el más grande proveedor de gas a Europa. Qatar ya ha dicho que será incapaz de abastecer el mercado europeo y Azerbaiyán, que había comenzado a aumentar su producción de gas por medio del gasoducto BTC desde los pozos del Caspio hasta Europa pasando por el Cáucaso y Turquía, parece que ha decidido cambiar su política. El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, fue a Moscú el 22 de febrero de 2022 (un día después del reconocimiento de las dos repúblicas separatistas) con tal de firmar acuerdos de cooperación entre su país y Rusia, buscando de ese modo independizar Azerbaiyán del dominio de los turcos.
La independencia de Donetsk y Lugansk será probablemente reconocida por otros países como por ejemplo Venezuela, Cuba y Nicaragua, y ni hablar de Siria y Bielorrusia. Otra de las aristas del problema, que tiene un carácter “meta-nacional”, es el (re)nacimiento de una nueva entidad política dominada por Rusia.
La aparición de un nuevo Estado: Novorrusia
El mundo parece estar avanzando hacia una nueva polarización que enfrenta a los países “degenerados” en contra de los “regenerados”. No usamos estos términos en un sentido moral (aunque la condición moral de las comunidades puede ser uno de los factores indispensables para analizar lo que está pasando) y lo mejor es no reducir todo a este ámbito.
Por país degenerado entendemos los países que han dejado de ser protagonista de la historia y se han convertido en meros observadores. La degeneración de un país va acompañada de un repliegue diplomático, económico (el neoliberalismo como intento de evitar el colapso) o la agresividad con tal de imponer su autoridad tanto dentro como fuera de sus fronteras y de ese modo ocultar su propia debilidad. El crepúsculo de un país también se encuentra marcado por una grave inestabilidad interna, una fuerte anomia social asociada a tasas de suicidio inusualmente altas, la desaparición de la moral bajo la apariencia de la emancipación sexual, un rechazo a la idea de nación o la promoción de un discurso individualista y neoliberal que atomiza la sociedad y aniquila cualquier solidaridad familiar. La secularización es otro de sus síntomas, pues rebela la perdida de lo sagrado y la imposibilidad de darle sentido a la vida. Otro de los factores que debemos tener en cuenta es el envejecimiento de la población y la élite dirigente.
Podemos decir que todos estos síntomas crepusculares los sufre el mundo occidental, el espacio geográfico donde se pone el sol después de haber nacido. Todas las guerras en las que ha participado Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial rebelan que vivimos en una civilización en plena crisis cuya agresividad demuestra que ha llegado a una fase terminal. Muchas de las guerras que ha emprendido Occidente en los últimos años están dirigidas en contra de otras partes del mundo que se considera están renaciendo o en proceso de resurgir como protagonista de la Historia y, sobre todo, como participes de la Historia. Muchas de estas naciones están experimentando un proceso de reactivación demográfica, estabilización interna, reconexión con lo sagrado, respeto por la familia, creación de alianzas y no creación de lacayos… un país entra en proceso de regeneración cuando se hace cargo de su destino y decide construir un futuro con sus propias manos. La población decide adherirse al destino que sigue la nación. Por supuesto, estas decisiones no resuelven todos los problemas (y la gran desconfianza hacia las élites dirigentes en muchos de estos países es prueba de ello). No obstante, el deseo de construir un mundo en común sin duda puede contribuir al mejoramiento de los ámbitos políticos, sociales, económicos y militares.
Existen quienes atacan este proceso queriendo la destrucción y no la autonomía de quienes se alzan. Sin embargo, existen países que quieren continuar existiendo y no desean disolverse en medio de un magma de deconstrucción y nihilismo, pues poseen una enorme vitalidad y no quieren desaparecer. La anexión de Crimea, que ahora es una república autónoma, junto con el reconocimiento de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk parecen ser los primeros signos del nacimiento de un nuevo Estado (Novorrusia): la Nueva Rusia. La historia de este país se remonta hasta el siglo XVIII y sin duda incluirá, fuera de las dos repúblicas reconocidas y Crimea, otras regiones del sureste de Ucrania que van desde Odessa hasta Járkov. Tal proyecto fue discutido en el 2015, pero fue descartado por los acuerdos de Minsk II y la falta de recursos. Sin embargo, las declaraciones del 21 de febrero de 2022 sin duda impulsaran nuevamente tales ideas: la creación de Novorrusia implicará la negación absoluta de la ideología posthistórica occidental.
Fuente: https://rebellion-sre.fr/la-novorossiya-au-chevet-de-loccident/