Panait Istrati, el hombre rebelde
Por Michel Thibault. Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
El Príncipe de los Viajeros
En la literatura, como en otras actividades, siempre existen falsificadores que a veces alcanzan una fama temporal impulsados por los medios, pero tales personajes no saben lo que significa escribir usando su propia alma y sangre. Es decir, son incapaces de escribir mientras cantan al son de las rebeliones y no caen en la desesperación. Panait Istrati es un verdadero escritor, por eso sus textos han vencido la prueba del tiempo, como muy acertadamente señaló su amigo Joseph Kessel, que cariñosamente lo apodó el Príncipe de los Viajeros.
Panait Istrati nació en 1884 en Braïla, Rumanía, hijo de una lavandera rumana y un contrabandista griego que sería asesinado por la Guardia Costera mientras él era todavía un niño muy pequeño. ¿Acaso fue el haber nacido en un puerto y haber escuchado las aventuras que le contaban los marineros lo que hizo que Panait Istrati adorara la idea de viajar? Cualquiera que haya sido la razón, comenzó a viajar cuando tenía 12 años y durante los siguientes veinte años atravesó toda la cuenca del Mediterráneo en varias ocasiones: Grecia, Italia, Líbano, Egipto, etc., en cada lugar hacia un trabajo diferente (pasaba de preparar sándwichs a ser un mimo que bailaba la música de orquesta) y tenía múltiples encuentros: conocía a gente diminuta, a marineros, a matones, a traficantes, a sindicalistas y a vagabundos que se le aparecían por doquier. De estos extraordinarios encuentros surgirían todos los futuros personajes de sus historias.
Fue durante esos años llenos de vicisitudes cuando decidió comprometerse como un revolucionario. Se hizo sindicalista y militante socialista. Comenzó a atacar de forma fervientemente el negacionismo de los socialdemócratas y apoyó activamente a la facción marxista del movimiento obrero y ya que había experimentado de primera mano el sufrimiento que causa el capitalismo terminó por involucrarse en toda clase de luchas contra el sistema.
Como nunca dejaba de viajar, teminó viviendo dos años en Suiza debido a que necesitaba tratar los primeros síntomas de su tuberculosis. Fue en este país donde aprendió francés y descubrió los artículos que publicaba Romain Rolland en la prensa que le fascinaron desde el principio. Más tarde, leerá a Jean-Christophe, quien era un espectáculo deslumbrante para cualquiera que fuera autodidacta. Verá en este autor francés el modelo de todo hombre honesto y de la gran novelística. Istrati escribió todas sus obras en francés, ya que se encontraba fascinado por la riqueza de ese idioma.
Panait Istrati llegó a Francia en 1920 y vivió durante varios meses en un estado de extrema pobreza que finalmente lo desanimó mucho. Pasa sus días muriéndose de hambre y viviendo en las calles. Habiendo caído en la desesperación por semejante situación económica intenta suicidarse el 3 de enero de 1921 en Niza. Un transeúnte lo encuentra en el parque Albert I°: se había cortado su garganta y agonizaba en el suelo. Lo salvan y en sus bolsillos descubren dos cartas que estaban dirigidas a Romain Rolland. Las cartas son enviadas a Rolland y una vez que este las recibe anima a P. Istrati a escribir y lo apoda el “Gorki de los Balcanes”.
A los cuarenta años, Panait Istrati publica su primera novela titulada Kyra Kyralina y alcanza el éxito que buscaba, especialmente porque este “vagabundo” rumano es un narrador extraordinario que viajó durante veinte años y conoce toda clase de tradición populares: narra la vida y la miseria del pueblo rumano, pero también sus luchas. Publicará otras obras: Les chardons du Baragan, La maison Thüringer, Oncle Anghel,Présentation des haïdouks, etc.
En sus historias, y particularmente en el ciclo de Adrien Zograffi, P. Istrati describe una Rumania feudal, todavía influenciada por la ocupación otomana y donde el campesino y el trabajador son a menudo tratados con crueldad por una oligarquía corrupta. Los personajes sobre los que escribe, que a menudo son reales, marcan para siempre al lector: Codine, un gigante generoso que está preso y que tendrá un final atroz, o Mikhail que es el amigo o quizás el hermano de Istrati, que terminará muriendo por la enfermedad que sufren los viajeros: la tuberculosis. En los relatos de Panait Istrati, la tragedia se encuentra a la vuelta de la esquina: es parte de la herencia griega que se conserva en esa tierra de los Balcanes y que ha sido asimilada por el resto de Europa, algo que confirman las obras de otro escritor de los Balcanes: el albanés Ismaël Kadaré.
El socialismo de Panait Istrati
Durante toda su vida Panait Istrati intentará buscar una especie de “socialismo con rostro humano”. ¿Su ideal? Los rebeldes que viven enamorados de la justicia y la libertad. Un ejemplo de ello puede ser encontrado en su epopeya sobre los Haïdouks, famosos guerreros que existieron durante el siglo XIX a lo largo y ancho de los Balcanes; ladrones, justicieros y patriotas al mismo tiempo, se refugiaban en los bosques y se organizaban en escuadrones compuestos de hombres libres que luchaban contra los turcos, los boyardos, los malos sacerdotes corruptos y todos los que aplastan al pueblo. En la presentación que hace Snagov de los Haïdouks y Domnitza, P. Istrati describe una comunidad unida por el ideal de la libertad, que defiende un estilo de vida heroico: el Haïdouk es “el hombre que no apoya ni la opresión ni la servidumbre, vive en el bosque, mata a los gospodars crueles (terratenientes) y protege a los pobres”. Y por boca de Floarea Codrilor, capitán de Haïdouks, se expresa el pensamiento de P. Istrati:
“La tierra es tan hermosa, nuestros sentidos son tan poderosos y las necesidades de la boca tan diminutas que, en verdad, uno debe haber venido al mundo sin ojos, sin corazón y solo con la necesidad de devorar, de ver reducido y aplastar al prójimo, para hacer fea la existencia de los otros en lugar de preferir la justicia, la piedad, el derecho de los demás a la felicidad.
“Es por esto que el Haïduk se separa de la sociedad, de la sociedad que devora a los hombres y se convierte en su enemigo.
“Todo hombre debe ser Haïduk para que el mundo se convierta en un lugar mejor”.
Estas ideas eran proféticas: Istrati ya veía en la década de los años treinta los defectos que sufría el comunismo burocrático con aspiraciones científicas y que tenía como ejemplo al capitalismo americano: inspirándose en este último para hacer feliz al hombre mediante una racionalización sistemática, lo único que conseguiría sería provocar una alienación despiadada de la técnica. En Le Bureau de Placement denuncia a través de su doble, Adrien Zograffi, el utilitarismo y la robotización del hombre, con argumentos muy similares a los de Ernst y Friedrich Jünger: “No estoy en contra del ferrocarril, el tranvía eléctrico, el teléfono y todas las ciencias que mejoren la vida humana, que eliminan el dolor, el sufrimiento y la barbarie. Pero odio cualquier clase de técnica que convierta al hombre en una máquina, en una herramienta que no tiene que pensar o tener tiempo para aburrirse. Y esto es lo que ocurre con la división mecánica del trabajo. Ya nadie hace un zapato, una prenda o una camisa como un todo, es decir una pieza integra hecha por un solo hombre: ahora treinta hombres hacen el trabajo por separado”. En la misma historia nos hace ser testigos de la condena a la que nos somete el futuro desarrollo del capitalismo y su transformación en una sociedad de consumo: “Finalmente, no estoy de acuerdo en que debamos multiplicar las necesidades materiales del hombre. ¿Por qué aumentar la masa del trabajo humano inventando mil trivialidades que hacer todos los días?”
El viaje a la Unión Soviética
En 1927 Panait Istrati fue invitado oficialmente a la URSS para el aniversario de la Revolución de Octubre junto con otros escritores, entre ellos Henri Barbusse, el poeta japonés Akita y el escritor griego Nikos Kazantzaki. P. Istrati emprende este viaje con un espíritu favorable a la revolución bolchevique; no todo puede ser perfecto, piensa, pero concluye que los logros de la URSS son la esperanza de los trabajadores de todo el mundo. Después de una gira de tres meses “supervisada” por las autoridades, P. Istrati y N. Kazantzaki, que se habían vuelto estrechos colaboradores, parten rumbo a Grecia: son expulsados tras participar en un mitin de apoyo a la Unión Soviética.
Los dos escritores regresaron a la URSS con sus esposas con tal de pasar su estadía sin ninguna compañía. En ese momento descubren la ambigüedad misma de la experiencia soviética. Istrati, siendo un idealista radical, cree que una nueva sociedad está a punto de nacer en Oriente. Él ve a la URSS como la encarnación de su ideal de justicia y libertad.
Pero el viaje se convierte rápidamente en una gran desilusión: el estado de ánimo es terriblemente aterrador en un momento donde sucede una poderosa burocratización y se establece un control total de la sociedad. Istrati rechaza la idea de que el socialismo sacrifique la libertad y también denuncia la orientación singularmente materialista de la sociedad comunista: “El confort material, la mecanización excesiva de la vida, ¿será acaso ese el ideal de los soviets? Bueno, creo que sí, y para mí el americanismo es más una amenaza que un ideal”.
P. Istrati canceló su viaje y regresó a Francia abrumado, le confió a un amigo: “Soy un hombre perdido. Todo ha terminado para mí. Ya no creo en nada”.
En octubre de 1929, Panait Istrati publicó su diario de viaje con el título: Vers l’autre flamme, confession pour vaincus. La primera parte del libro fue escrita por él, mientras que Soviet 1929 y La Russie nue son de Victor Serge y Boris Souvarine. Istrati se había unido a los dos exrevolucionarios que habían roto con Stalin.
Los verdaderos ideales siempre se pagan muy caro: Panait Istrati será despreciado e insultado por todos los intelectuales que son partidarios de Moscú; en ese entonces es difamado y negado por todos quienes lo adoraban, como es el caso de Henri Barbusse y que había escrito sobre él, antes de que viajara a la URSS, que los libros de Istrati “… rasgaron la atmosfera como si fueran un meteoro que arrasaba con el bizantinismo que exponían los escritores franceses de moda” para terminar diciendo que ahora él se dedicaba a difundir las peores calumnias. Su amistad con Nikos Kazantzaki y Romain Rolland se hará añicos debido a eso, los dos escritores prefirieron permanecer en silencio frente a todo lo que habían visto en Rusia, mientras esperaban un “futuro brillante” y con la intención de no darle argumentos a la Reacción.
Panait Istrati murió en Rumanía el 16 de abril de 1935 a causa de la misma enfermedad que mato a su amigo Mikhail: la tuberculosis. En ese entonces se encontraba abandonado y fue vilipendiado por completo. Durante toda su vida se puso siempre del lado de los humildes frente a los opresores, como sus otros hermanos en armas en la literatura: Jack London, Jules Vallès o Maxime Gorki. En sus últimos años, había querido volver a sus fuentes de inspiración, por lo que sus últimos libros y artículos realiza una defensa muy importante de la cultura rumana y la tradición popular.
Istrati rechazó tanto el talón de hierro capitalista como la dictadura totalitaria; también anunció la superación de la división entre la derecha/izquierda y se acercó a una síntesis de las mismas, anunciando una cuarta teoría (más allá del comunismo, el fascismo y el liberalismo) cuyo advenimiento es el gran desafío revolucionario del siglo XXI.
Fuente: https://rebellion-sre.fr/panait-istrati-lhomme-revolte/