Patria y Socialismo: queda por reinventar la idea nacional.


La reflexión sobre la naturaleza del socialismo ha sido un sello distintivo de Rebelión desde hace casi 20 años. Nos parece interesante dar la oportunidad de releer, en una forma actualizada, este texto de 2009  de Jean Galié y Louis Alexandre.

El triunfo de la neo-modernidad – es decir, el reinado ideológico y práctico del capitalismo sobre todos los aspectos de nuestras vidas –  ha llevado a la atomización de los vínculos que unieron al « Pueblo » y le deja sin otros puntos de referencia que los que le proporciona el sistema. « La guerra de todos contra todos » ha hecho imposible la idea de un destino común.

Algunos creyeron haber visto en esto una « libertad », una emancipación, que descarga al individuo del peso de la comunidad. Estos, sea por ingenuidad o más bien por necedad, vienen   así a celebrar el advenimiento de una nueva forma de esclavitud. De hecho los hombres son ante todo constructores de sociedad (el « animal político », en Aristóteles); al unirse, saben cómo crear solidaridad y fraternidad dentro un impulso común. Esta creatividad comunitaria, que da sentido a la existencia social y humana, debe asentarse sobre bases nuevas ya que no es posible regresar a bases precapitalistas. También es el punto de ruptura con la comunidad despótica del capital, la « comunidad real de dinero » en Marx. Ni mucho menos se trata de un proyecto utópico ideado a priori y que ignora las límitaciones e imperfecciones de la condición humana. Debe ser la materialización y liberación de las potencialidades humanas que hoy en día el capital instrumentaliza para sacar réditos.

Para romper toda resistencia, el capitalismo se empeñó en destruir los vínculos tradicionales (como los de las comunidades agrarias de las comunidades precapitalistas) y los que surgen de su explotación, de la lucha en contra de ellas (cual hizo contra la unidad de la clase obrera). Con la globalización, extendió su obra a naciones y civilizaciones. La pérdida ocasionada por este acto de guerra contra los pueblos se da tanto más cruelmente cuanto que ha dejado espacios a reconstrucciones de identidades inestables, que fluctuan entre los modos consumistas y un comunitarismo que lleva a la guetización.

El replanteamiento del « estado nación » no dio lugar a una reflexión global que desembocara en una clarificación. Nos parece importante reafirmar que, frente a la fuerza capitalista, sólo puede vencer una lucha cuyo objetivo es volver a crear una sociedad armoniosa sobre bases nuevas. Nuestro proyecto socialista revolucionario se ha fijado como objetivo ser un motor para que los trabajadores se reapropien su destino.

Al arrebatar a la Nación de las manos del estado capitalista, sólo se trata de recuperar nuestro bien. La Patria merece algo mejor que los falsos elogios que le dirigen los políticos. Es el ideal revolucionario que debemos volver a vivir. La « Nación para los Trabajadores » puede convertirse en un « mito movilizador », un polo de reagrupación y lucha tanto contra el capitalismo internacional como « nacional » (los grandes grupos franceses como Bouygues o Total no nos parecen más simpáticos que los que vienen de otras partes del mundo).

Para nosotros, la unidad de Francia como la de Europa no es una cosa inmutable, que existe fuera del tiempo, como todas las realidades sociales. Define un conjunto de relaciones muy complejas y ricas que forman parte de un vasto movimiento social. Por lo cual pensamos que una articulación justa entre ambas regiones es posible.

Comunidades locales – Regiones – Patria – Europa

Una unidad armoniosa en una diversidad enriquecedora.

El capitalismo triunfante dar por sentado que no hay alternativa a su dominación sobre nuestras vidas. Para destruir sus fundamentos ideológicos, es importante dar un nuevo significado a las palabras que él desvía o estigmatiza. La Patria es una de estas. A los ojos de los defensores de la oligarquía dominante, la patria es un concepto arcaico que la globalización afortunadamente hará desaparecer, aunque es un símbolo poderoso que podría convertirse en una fuerza para el movimiento revolucionario.

Para comprender mejor nuestra concepción de la idea nacional y sus múltiples articulaciones, presentamos aquí la primera parte de un artículo de síntesis sobre la cuestión.

Comprender el significado del legado histórico de la nación.

Definir la nación francesa es reconocer primero la importancia de su legado histórico en su forma actual. Si queda probado el rol de la realeza de los Capetos en la unificación de las diversas unidades que la constituyen, es más difícil situar el nacimiento de un sentimiento nacional fuerte. Si se atisba al final de la Edad Media o la Edad Moderna, la idea de Nación va a  revelarse del todo al pueblo francés con la Revolución de 1789.

« El Estado-Nación » nace de este fenómeno fundador y va a conservar sus ambigüedades. La Revolución es, de hecho, un impulso popular, revolucionario, patriótico y un apego a valores positivos fuertes y colectivos como la soberanía popular, la igualdad, la libertad. Ideas que van a originar un « espíritu francés » específico y fortalecer una comunidad nacional nacida del idioma, la cultura y la historia. Pero consagra también el advenimiento de la era burguesa. La caída de las élites del Antiguo Régimen deja el campo abierto a la nueva clase dominante que impone la modernización de la sociedad francesa para su único beneficio. El capitalismo saliente transforma las estructuras nacionales para posibilitar su extensión y no duda entonces en desviar el patriotismo francés hacia empresas guerreras en Europa y luego en el mundo.

Una división irá reforzándose entre « el Estado » (el cuerpo gobernante en manos de la burguesía con las formas sucesivas de Monarquía, Imperio o República) y la « Nación » (o sea las personas que participan en la política).

Este divorcio irá fortaleciéndose conforme vayan luchando las clases populares a lo largo del  siglo XIX contra la patronal y los gobiernos a sus órdenes. Los logros que hacen la especificidad de un supuesto « modelo social francés » son el fruto de una lucha incesantemente renovada: si en Francia el sistema de redistribución social tiene un carácter más igualitario que en muchos de nuestros vecinos, esto no es de ninguna manera un regalo del cielo o un particularismo proprio; sólo es el resultado de una lucha, una lucha de clases, que en Francia resultó ser particularmente fuerte y temprana.

Con toda razón ya pudo decir Karl Marx que Francia había sido el teatro de la lucha de clases. No fue sin razón tampoco que, durante dos siglos, los revolucionarios más brillantes se quedaran en Francia a estudiar su historia.

A continuación la construcción del socialismo francés va a tener en cuenta la realidad de la nación, al establecer el vínculo entre un patriotismo revolucionario y una solidaridad internacional fuerte. Esta especificidad encontrará eco en el combate de la Comuna de París, símbolo del intento de crear una sociedad más justa e igualitaria y de regeneración nacional. Atravesará todas las corrientes del socialismo francés hasta la primera guerra mundial. Así pudo escribir Jean Jaurès:  « Lo cierto es que la voluntad irreductible de la Internacional es que ninguna patria tenga que sufrir en su autonomía.

Quitar el tema de las patrias a los timadores de la patria, a la casta militar y las bandas financieras, permitir a todas las naciones el desarrollo indefinido de la democracia y la paz, no es sólo servir al proletariado internacional y universal, por el cual la humanidad apenas esbozada se realizará, es servir a la misma patria. 

Ahora quedan vinculadas Internacional y Patria. Es al nivel internacional que la independencia de las naciones tiene su máxima garantía; es en las naciones independientes donde La Internacional tiene sus órganos más poderosos y nobles. Casi se podría decir: un poco de internacionalismo te aleja de la patria; mucho internacionalismo lo trae de vuelta. Un poco de patriotismo te aleja de la Internacional; mucho patriotismo la trae de vuelta ”.

Para nosotros, el legado histórico de la nación no es un fin en sí mismo, es un punto de partida. Debe permitirnos continuar la aventura colectiva que es Francia, orientándola hacia un camino específico de construcción del socialismo a escala de una Europa liberada del capitalismo. En la práctica, las formas que puede tomar la Nación están condenadas a transformarse para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Los trabajadores, al tomar su destino en sus propias manos, serán llevados a redefinir el papel de las instituciones y a cuestionar el funcionamiento de un estado que perteneció a sus enemigos de clase desde el principio. Por esta razón, nunca hemos idealizado el viejo modelo republicano jacobino y rechazamos sus mitos, así como los nacionalismos conservadores vinculados a la defensa de una « sociedad tradicional » que nunca existió, tal como se la representaban y que sirvió para justificar su alianza con las fuerzas liberales. La actualización de este discurso por parte de la corriente liberal-conservadora es para nosotros otra estafa.

La contradicción histórica entre la Nación y el Estado permanecerá hasta hoy, porque es el fruto de la vigencia del sistema capitalista. Hemos mencionado a menudo en Rebelión las etapas de esta lucha y la historia del movimiento revolucionario de los trabajadores para no reparar en este artículo de síntesis.

Durante la instalación de su dominio, la burguesía se comprometió a llevar a cabo una política imperialista y agresiva en el marco europeo o internacional (por ejemplo, con el colonialismo). Ella siempre se cubría con la bandera tricolor para traicionarla mejor. Por ser sacrificados regularmente los trabajadores en el altar de los intereses de la burguesía, no pueden ser considerados responsables de su locura asesina. La culpabilización de las clase populares, llevada a cabo desde los 70, sólo puede aparecer por lo que es: una herramienta para desarmar, desorientar y dividir la resistencia a la verdadera opresión capitalista en su etapa globalizada. Por el contrario, las clases trabajadoras mantendrán el honor y el apego de Francia a sus valores cuando la oligarquía del capitalismo « nacional » se amplie a nivel global.

La oligarquía globalista contra los pueblos

De hecho, al final de la Segunda Guerra Mundial, las clases dominantes francesas entendieron que se estaba abriendo una nueva era para el capitalismo (el famoso plan Marshall). En las ruinas de nuestro país, esas clases iban a liquidar nuestra independencia nacional. El fenómeno de la globalización de la economía iba a abrir nuevos pozos a su sed de riqueza y volar el cuadro nacional. 

La apertura de Francia al capital y a las empresas americanas, luego la construcción del Mercado Común Europeo, permitió a muchas « empresas familiares » francesas internacionalizarse y conquistar importantes cuotas de mercado (ver el ejemplo emblemático de L’Oréal). Este cambio globalista iba a acelerarse en las décadas de 1970 y 1980; muchas empresas, impulsadas por la búsqueda de una tasa de ganancia satisfactoria, persistieron en destruir el tejido industrial francés usando restructuraciones y reubicación salvaje con la complicidad de los gobiernos sucesivos. En este proceso, los grandes empresarios franceses desempeñaron su papel a fondo y no dejaron ninguna oportunidad a millones de trabajadores reducidos al desempleo o la precariedad. Así ganaron su posicionamiento entre las multinacionales que se comparten los mercados mundiales.

Actualmente, algunos de sus representantes muestran sus talentos en la explotación para izarse a la vanguardia de la oligarquía internacional. A nivel político, se dio un fenómeno comparable: las instituciones supranacionales integraron a los líderes franceses de derecha e izquierda. Desde el FMI hasta las instituciones « europeas », estos fueron capaces de mostrar sujeción con respecto a las nuevas reglas y llevar a Francia a « modernizarse » mediante privatizaciones masivas y la desaparición de las últimas leyes sociales. El viejo imperialismo francés también participó en este asunto, tratando de mantener sus áreas de influencias (África occidental, Líbano, el Mediterráneo) y aprovechar su integración en la OTAN para contribuir a la defensa de un orden capitalista mundial que se limitará a concederle algunas migajas.

La llegada de Emmanuel Macron como jefe del estadio es el último paso en la integración de las élites francesas en la oligarquía globalista. Se aprovecharon los representantes franceses del proceso apropiándose de la ideología dominante de la globalización de los intercambios mercantiles (« monoteísmo de mercado »). Ya quedan perfectamente adaptados e integrados en este sistema de dominación mundial, al servicio de sus propios intereses en un mundo de competencia frenética que ya no se siente pertenecer a la nación francesa.

Esta fractura entre unas élites globalizadas – que dan el espectáculo del nomadismo dentro de la aldea consumista global – y el pueblo, resulta ser una clave de análisis importante para comprender la implacabilidad demostrada por las clases dominantes en la represión de la voluntad popular. El miedo a que esté de vuelta el pueblo francés, a su conciencia de las disfunciones de la sociedad, sus consecuencias y los estragos del capitalismo, socava la buena conciencia de nuestros amos. Al atacar la soberanía popular y nacional, creen que pueden mantener su régimen de alienación y explotación. Pero no hay nada menos seguro …

¡La nación para los trabajadores!

Una cesión radical también debe hacerse con las concepciones liberal-conservadoras y burguesas de la idea nacional y con los defensores de una globalización « posnacional » (ya sean representantes de multinacionales, intelectuales pijos o miembros de una izquierda residual). El desafío estriba en establecer el vínculo entre la cuestión nacional y la cuestión social, es decir, establecer claramente la prioridad de la liberación de Francia y Europa de la dominación capitalista, lo que tendría un alcance internacional.

En el caso francés, el contexto nacional es rico en perspectivas innovadoras y revolucionarias; por lo cual no debemos dejar que sus oponentes o recuperadores las corrompan o denigren con sus discursos demagógicos. Históricamente portadora de un espíritu rebelde y revolucionario, Francia nació de la idea de que cualquier injusticia necesariamente debe dar lugar a una resistencia capaz de derrotarla; que la libertad de la nación y su pueblo no puede dividirse; que la comunidad nacional ofrece al individuo un sitio para su desarrollo al garantizarle la solidaridad de todos sus conciudadanos. « Un gran pueblo no vive de su pasado, como un rentista de sus rentas », escribió Bernanos; depende de nosotros dar un nuevo significado a los viejos conceptos de justicia, libertad y soberanía popular. La oligarquía que nos dirige ya ha renunciado a la Nación, por todo lo cual los trabajadores deben reinventarla y encauzarla hacia nuevos derroteros.

Es desde esta perspectiva que destacamos la idea de la Nación de los trabajadores, lo que significa sobre todo la inversión del equilibrio de poder entre el capital y el proletariado (la inmensa mayoría de la población). El dominio real del capital, aunque ha reducido la clase trabajadora tradicional en cantidad relativa (reubicación y desempleo de grandes sectores industriales), sin embargo, ha sumido a la mayoría de los trabajadores y desempleados en una situación de empobrecimiento, es decir, de una creciente inseguridad desde el punto de vista de sus condiciones de vida más básicas. Ante este ataque a gran escala lanzado por el capitalismo, las respuestas adecuadas son escasas. Las ilusiones de reforma se han desvanecido. Solo hay una solución, la de revertir el equilibrio del poder, no sólo de manera puntual tratando, incluso si es legítimo, compensar las pérdidas « económicas » del nivel de vida, sino procurando establecer una hegemonía política a favor de la mayoría de la gente: el proletariado, con el fin de que supere su condición.

Por el momento, el área nacional es el instrumento más adecuado dentro del cual el proletariado puede restaurar el sentido de su vida sin ser atomizado en una nueva barbarie social, que sería su único horizonte posible con el mantenimiento del sistema vigente. Francia tiene los medios (no por mucho tiempo) para ejercer su poder soberano y elegir sus directrices, tales como salir de la OTAN y del sistema bloqueador de la UE para invitar a otros pueblos europeos a emprender un camino autónomo, por ejemplo. Del mismo modo, a nivel interno, se trata de luchar contra lo que desafortunadamente puede aparecer como una « fatalidad » económica, la condición más precaria sujeta a la contingencia arbitraria, asignada a las clases trabajadoras por el capital.


La socialización de las condiciones de producción y distribución no sólo tiene un impacto económico. Es mucho más. Se trata de invertir los objetivos del ser social que actualmente están alienados al productivismo y al consumismo mediante un proceso de instrumentalización / manipulación de las conciencias. Sin engañarnos sobre la naturaleza humana, podemos apoyar razonablemente la tesis de que el capital en su dominio real (sumisión de la relación social a la economía productivista) obstaculiza toda la creatividad humana en la mayoría de los hombres. El socialismo toma el sentido de participación consciente de todos en las decisiones que les conciernen a nivel social. Es nuestra respuesta a la cuestión de la identidad nacional que no está situada en una esencia atemporal sino en un esfuerzo constructivo y cualitativo por parte de un pueblo que toma sus destinos en la mano, incluso en el contexto internacional de lucha de clases y de lucha por una visión cultural global (mundo multipolar en el que interviene también Europa).

En Francia, la conciencia nacional siempre estuvo naturalmente vinculada a una fuerte conciencia socialista y revolucionaria en el movimiento obrero. Hoy está experimentando un renovado interés causado por el hecho de que todos los ataques contra los trabajadores franceses provienen de la lógica del capitalismo globalizado y las estructuras transnacionales. Por eso, la Nación puede servir como base para la creación de un equilibrio político de poder favorable por ser un obstáculo para la difusión de la globalización y un lugar de expresión para la solidaridad. Es una palanca para llevar al pueblo a la lucha por su liberación nacional y social.

El papel de la nación en la construcción del socialismo.

El debate sobre la cuestión nacional nos devuelve a la elección de la sociedad en la que queremos vivir. Para nosotros, que luchamos por el socialismo, no queremos liberarnos de la opresión del capitalismo globalista para caer bajo el yugo del capitalismo « nacional ».

En primer lugar, la (re) nacionalización total de los sectores económicos clave y los servicios públicos debería permitir que la herramienta económica vuelva al servicio de las personas. El retorno de gran parte de la producción y distribución económica al marco nacional va acompañado de una socialización gradual de la nación. Por lo tanto, los comités de empresas deberán dirigir la actividad de estas nuevas estructuras. Esto requiere redefinir las necesidades y los medios para satisfacerlas con una praxis social no alienante. La dimensión de la cooperación de productores debe ser el eje central de esta nueva praxis, donde estos no serían exclusivamente agentes económicos.

Esto tiene, por ejemplo, grandes repercusiones en el papel de la formación, la educación, que debe suministrar a los trabajadores las herramientas que les permitan pensar « teóricamente » en sus actividades (cf. los análisis de Marx cuando él explica que el trabajo se está volviendo cada vez más « teórico »).

A partir de estas premisas, ya no deberíamos considerar la técnica en su único aspecto del “ ordenamiento (Gestell)” del mundo, sino como práctica dialéctica por el enriquecimiento de los lazos sociales. Esta es la respuesta al debate distorsionado sobre crecimiento / decrecimiento. La libertad siempre está más allá de la necesidad, por lo tanto, existe un destino de dominación técnica productivista con crecimiento exponencial sólo porque la teleología propia del ser social está en manos de la dominación real del capital. En otras palabras, ¡el trabajo no es sólo trabajo! Puede aparecer como un vínculo social no enajenado si conduce a algo más que la única preocupación por la necesidad económica.

Ontológicamente, es un medio para producir y reproducir sus condiciones de existencia en sentido amplio, en otras palabras, no sólo permite vivir sino « vivir bien », es decir, no un consumismo ilimitado y la búsqueda financiera, sino en la apertura a su importancia comunitaria y a la realización individual.

Concretamente, un sistema socialista de producción y distribución tendrá en cuenta criterios distintos de la búsqueda de ganancias. Podemos imaginar fácilmente que las condiciones de trabajo, la búsqueda de la calidad del producto, la promoción de la producción descentralizada y local, el respeto por el equilibrio natural, serán objetivos totalmente alcanzables para esta nueva relación social.

Comunidades locales: un papel crucial en la socialización

En el fondo de nuestro pensamiento y nuestra acción, la idea de socialización es a nuestros ojos la única solución para que cada uno se acostumbre a ser parte activa y consciente de este trabajo que siempre tiene un alcance colectivo y deja de ser un instrumento pasivo de la dominación capitalista.

La socialización debe basarse en fundamentos « sanos » (es decir, no comerciales y vinculados a la idea de solidaridad con un mínimo de decencia moral común, la « Common Decency » de Orwell) que representan las auténticas relaciones humanas que aún existen en nuestras sociedades.

A este fin, las comunidades locales constituidas por comunas populares tendrán un papel muy importante. Como partidarios de la subsidiariedad, creemos que existe un posible vínculo entre los distintos niveles de competencia. Obviamente, se trata del famoso principio de subsidiariedad evocado por las autoridades de la UE, que se hace de esperar como la Arlesiana… No es de sorprender por ser un principio al opuesto del funcionamiento de la sociedad capitalista y sus necesidades básicas. La subsidiariedad consiste, por decirlo simplemente, ¡en cuidar de lo que nos concierne! Engañosamente, la democracia representativa, tan querida por el capital contemporáneo, consiste en hacernos creer que, gracias a ella, nos preocupamos de lo que nos concierne. Se invita a los ciudadanos a participar en su propia mistificación y a identificarse con las decisiones inherentes al funcionamiento óptimo del capital en su búsqueda ilimitada de ganancias. Quedan algunos residuos de poder y prebendas para quienes están dispuestos a entrar en el juego de la política del sistema.

Es extraño que se haya puesto poco énfasis en la compatibilidad del socialismo con la subsidiariedad. El socialismo sólo puede materializarse realmente y cumplir las expectativas de los ciudadanos con su amplia participación en el desarrollo de pautas que les conciernen de manera más inmediata, es decir, a nivel local, más o menos cercano, según las circunstancias. Bien considerada la subsidiaridad puede dar forma a la mayoría de las aspiraciones de la comunidad y no a la imposición de intereses mayoritarios. 

Al respecto, pensamos que se ha malinterpretado al Contrato Social de Rousseau cuando el filósofo escribe que « no hay sociedades particulares en el estado ». Unos creen que hay que leer esta declaración como una petición de centralización artificial a toda costa. Esto es, en nuestra opinión, una mala interpretación ya que el autor especifica que si deben existir (realismo) ¡entonces debemos alentar su multiplicación! ¿Cómo articular pues esas sociedades particulares si se quiere dar lugar a la « voluntad general » (¡que no es nada abstracto!).

Respuesta: gracias a la subsidiariedad, es decir, por el espacio público que emerge de la discusión sobre lo que parece ser el más relevante para tal o cual organismo comunitario existente; comunidades más grandes (en el sentido de órganos de toma de decisiones con un alcance más amplio, como la región en comparación con la comuna, etc.), incluidas las de la etapa inferior, no para fagocitar, sino para darles los medios para existir en un mundo complejo (por ejemplo, problemas de seguridad nacional, diversos suministros, etc.).

Sin entrar en una descripción de nuestro futuro que sería utópica, ¿quién no percibe que tal funcionamiento conlleva la impresión de la socialización de muchos factores de nuestra actividad, y de nuestra existencia social? Los nuevos logros que traerá el socialismo nos permitirán entrever un vasto campo de lo posible para reincentivar las comunidades y comunidades locales. El apego a culturas arraigadas no será incompatible con la participación en esta transformación radical de la sociedad. Naturalmente, encontrarán su lugar en esta nueva organización.

Pero debemos especificar que siempre será necesaria una centralización relativa. Para que la reubicación de la economía sea efectiva, debe coordinarse a nivel de Francia y Europa mediante una planificación inteligente en el ámbito de la producción y la distribución. Estamos totalmente de acuerdo con un análisis de un colectivo del PCF sobre el tema de la centralización: « Constituye la mejor garantía para aumentar la productividad, en la lucha contra el despilfarro, en la reducción de la burocracia. Además, es lo que garantiza el desarrollo homogéneo de la comunidad nacional en todo el territorio. (…) La primera de las libertades locales sigue siendo la libertad de poder alcanzar un nivel de desarrollo idéntico al de otras comunidades. (…)

Un contraejemplo notable de la efectividad de estas políticas puede ser el de España, donde una Cataluña rica puede codearse con una Andalucía casi subdesarrollada. Por lo tanto, la homogeneidad del nivel de vida en el país sólo puede lograrse mediante una distribución de la riqueza a través de la acción del estado central. Por otro lado, la elaboración de las políticas implementadas por la nación debe ser un proyecto concertado, que asocie a los ciudadanos básicos, a través de estructuras locales, con poderes importantes, siendo estos la base de la democracia en el país. Asimismo, es preciso que la implementación real de las políticas de desarrollo sea llevada, en el terreno, por organismos responsables que puedan ser despedidos por los ciudadanos en caso de incompetencia, mala voluntad o procedimientos cuestionables [1].

La actual crisis económica y financiera sugiere la posibilidad de abandonar el capitalismo. Es necesario descolonizar nuestro imaginario de la mercancía, de acuerdo con la fórmula de Serge Latouche (de su existencia sensible / suprasensible, agreguemos con Marx), y proponer una alternativa viable al sistema capitalista. Esta alternativa no puede tomar la forma de un retorno impensable a una magnífica edad de oro, la cual no sería única en absoluto sino acorde al genio de cada cultura. Deberá tener cuenta de la finitud de la Tierra y sus producciones naturales y, por lo tanto, deberá liberarse del tropismo del consumismo. Europa, y en general los países del Norte, tendrán que repensar por completo su sistema de producción y consumo para que sean compatibles con los límites de los recursos naturales. La teoría del decrecimiento – que significa para nosotros el fin de la acumulación capitalista, un fin inherente al socialismo – podría ser el paradigma que permita conciliar el carácter prometeico de la civilización europea (no reducible al economismo) y la reducción de nuestra huella ecológica. Entre otras cosas, recomienda reubicar la producción de bienes y servicios y, en consecuencia, los empleos. En este sentido, es un freno a la globalización porque conduce a un nuevo enraizamiento al oponerse a la lógica del nomadismo. Está articulado lógicamente con una concepción subsidiaria de la sociedad en el marco de la Europa verdaderamente federal que deseamos.

NOTA

1>Collectif, « L’idéologie Européenne », Editions Adem, 2008.

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