Reseña del libro de Robert Kurz: Vida y muerte del capitalismo

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Al comenzar la crisis global de septiembre del 2008, fueron muchos los que volvieron a acudir a Marx en un intento de buscar respuestas a lo que parecía ser una crisis del capitalismo. Los especialistas o los marxistas tradicionales a menudo han retomado el análisis de Marx abordando su estudio del capitalismo liberal de finales del siglo XIX con tal de comprender el capitalismo neoliberal que apareció a principios de los años 80 del siglo XX. La mayoría de ellos se contentan con cuestionar de forma simple la distribución del capitalismo global, de modo que de forma más o menos implícito se considera que el capitalismo (asociado a la democracia como si fueran conceptos intercambiables) es considerado ante todo como el horizonte insuperable de la historia y el único mundo posible. Los males que produce el capitalismo son el resultado de unos cuantos banqueros sin escrúpulos y la solución frente a esta crisis es la redistribución más justa de la riqueza junto a la creación de un capitalismo con rostro humano.

El teórico y activista alemán, nacido en Nuremberg en 1943, Robert Kurz, no es uno de estos pensadores. Kurz comenzó a desarrollar una lectura muy particular de Marx (primero en torno a la revista del grupo alemán Krisis y luego en la Revista Exit!) que partía de la crítica no solo del modo de distribución del capitalismo, sino también del modo de producción, con tal de desarrollar una crítica de la forma de vida que este mismo engendra: un mundo sujeto a mercancías cuyo único fin es el lucro. Esta perspectiva va mucho más allá de la simple crítica a la explotación o la mala distribución de la riqueza social de una clase en beneficio de otra: se centra ante todo en una crítica del valor y el trabajo.

El último libro de este autor es una colección de artículos y entrevistas publicados entre 2007 y 2011. Muchas de las predicciones de Kurz fueron confirmadas por los acontecimientos provocados debido a la crisis financiera. Pero, como él mismo suele señalar, no está inventando nada nuevo, sino que se contenta con retomar y actualizar algunas ideas y análisis que están contenidos en las obras de Karl Marx.

LA CRÍTICA DEL VALOR

Para Robert Kurz la 3ª revolución industrial, constituida por la microelectrónica (la 2ª tiene como paradigma al fordismo de la década de 1920), con sus enormes ganancias de productividad, acelera las contradicciones inherentes del capitalismo: “Según Marx, en la formación social actual, la sustancia del valor y la valorización (plusvalía) se constituyen ante nada en el gasto de la energía humana abstracta [que Marx llama trabajo abstracto. Para Marx, en las sociedades capitalistas, el trabajo se divide en dos: el trabajo concreto, que también existe en las sociedades tradicionales, y que es el medio para producir un determinado producto. Y el trabajo que es esencialmente abstracto como medio social de adquirir los productos de otros]. Sin embargo, la fuerza de trabajo sólo puede ser utilizada a un nivel determinado de productividad y que es impuesto por la libre competencia. Así nace una auto-contradicción sistémica que se hace cada vez más visible a medida que avanza la historia. Cuanto mayor sea la fuerza generada por la cientificización, menor valor sustancial contiene cada producto particular y mayores serán los costos de producción previa. Este movimiento contradictorio tiene como consecuencia que los mercados deben crecer constantemente y que la valoración se vuelve cada vez más dependiente del crédito como medio de anticipación del fondo comercial futuro. De ahora en adelante, el crecimiento únicamente puede ser obtenido mediante el aumento del endeudamiento a todos los niveles posibles. Por lo tanto, es imposible una anticipación cada vez mayor con respecto a los fondos futuros de comercio, ya que no se pueden lograr debido a que el aumento de la productividad va vaciando por completo la sustancia misma del valor” (p71-72).

El progreso técnico alcanzado significa que existe un gran aumento del capital constante (las máquinas, la infraestructura, etc.) en comparación con el capital variable (la fuerza de trabajo) que es simplemente la fuente de la plusvalía del sistema capitalista. Este aumento constante del capital conduce a que se llegue a pronosticar las ganancias, el fondo futuro del comercio, como algo cada vez más lejano y que adquiere la forma de una constante expansión del crédito: “La tendencia a la baja en la tasa de ganancia por porte del capital-dinero es utilizada como un medio que se transforma en una caída absoluta de la cantidad de la plusvalía real y, por lo tanto, de la caída de los beneficios. Finalmente, esto rompe el vínculo entre la lejana anticipación de la voluntad futura en forma de crédito y la voluntad de producción real de las cosas. Todo eso termina por surgir en la forma de una devastadora crisis financiera que no es sino la manifestación empírica de esa contradicción que madura produciendo en el nivel empírico un ocultamiento de las relaciones del valor real” (p. 142).

Es de ese modo que el capital se autodestruye y hace obsoleta la sustancia-trabajo de lo que existe. Sin embargo, el fundamento de todo esto produce en verdad una cierta forma de plusvalía y trata de sobrevivir convirtiéndolo todo en capital-dinero: “El desempleo masivo y el empleo estructural en todo el mundo están asociados con la fuga del capital que adquiere consistencia en la economía de las burbujas financieras, porque las nuevas inversiones reales han dejado de ser por lo tanto rentables, lo que se ve claramente en el exceso de capacidad de producción global (especialmente en la industria automotriz) y las batallas de las OPA especulativas” (p37) .

Lejos de ser una transformación profunda del capitalismo, el neoliberalismo “fue sólo el intento de gestionar de manera represiva la crisis social resultante de este estado de cosas con la finalidad de generar alguna especie de crecimiento. Eso explica la sustancia ficticia del capital debido a la expansión desenfrenada del crédito, la deuda y las burbujas financieras que surgieron en los mercados financiero e inmobiliario” (p. 62-63).

LA CRISIS

La crisis financiera es básicamente sólo un regreso a la realidad para todos aquellos que se habían engañado a sí mismos sobre la naturaleza fundamental del capitalismo soñando con un mundo capitalista justo o con un desarrollo sostenible: “Pero en realidad, la satisfacción de las necesidades es solamente un simple producto de la valoración abstracta del valor, como fin social en sí mismo. El propósito de la producción no es producir una cantidad suficiente de bienes de uso; al contrario, es un trabajo abstracto que produce una riqueza abstracta que transforma el dinero en más dinero, como sostiene Marx. Y, por lo tanto, el mercado no sirve para el intercambio de bienes de consumo; únicamente se trata de la esfera en la que se realiza la plusvalía, es decir, la esfera de la transformación de las mercancías en una forma monetaria (aumentada). Todo el empleo, todos los ingresos, todos los mecanismos del mercado dependen de la producción de la plusvalía, que subyace a la restricción del crecimiento. Al mismo tiempo, estas categorías básicas de capital carecen de sensibilidad frente a las cualidades ecológicas y sociales. Son en sí mismas indiferentes a cualquier contenido, algo que también dice Marx” (p200).

Los análisis de Kurz le permitieron anticipar las crisis actuales ubicándolas al interior de las profundas crisis que sufre el capitalismo, por lo que no podemos sorprendernos de la caída de la bolsa y de las quiebras bancarias. Para Kurz, la crisis actual que vivimos no es más que el epílogo de una serie de crisis que comenzaron en 1990 y se habría producido mucho antes si Estados Unidos no hubiera absorbido el excedente de la producción del resto del mundo desarrollando un modo excesivo de consumo y el hiper-endeudamiento masivo.

Kurz escribió en un artículo de septiembre del 2008: “El resentimiento contra la dominación anglosajona de ninguna manera representa una crítica al capitalismo y carece de toda seriedad. De hecho, son los flujos de exportación unidireccionales hacia los Estados Unidos los que dependían del entorno deficitario general. Las capacidades industriales en Asia, Europa y otros lugares no vivían de ingresos y salarios reales, sino directa o indirectamente de la deuda externa de los Estados Unidos. La economía neoliberal que produce burbujas financieras no es otra cosa que una especie de keynesianismo global que en estos momentos está desintegrando al anterior keynesianismo nacional. Las nuevas potencias emergentes no tienen la más mínima autonomía económica y son parte integral de este circuito de déficit global. Su dinamismo era un puro espejismo desprovisto de cualquier clase de impulso interno (…). El capitalismo de Estado y el capitalismo de libre mercado resultan ser las dos caras de una misma moneda. Lo que se desmorona no es un modelo que pueda ser reemplazado por otro, es el modo de producción y de vida dominante que es la base común del mercado mundial” (p64).

Los planes de recuperación y las repetidas cumbres europeas y mundiales son nada menos que una vana agitación que está destinada a satisfacer únicamente a los medios de comunicación y a tranquilizar a la población: “Así como el estallido de las burbujas financieras devuelve al capitalismo a sus condiciones reales de valorización, también los trabajos están destinados a desaparecer. La cantidad de plusvalía real es demasiado pequeña como para representar un valor objetivo de circulación, por lo que estos sectores son desproporcionadamente inflados. La recesión global que se avecina barrerá no solo a la mayoría de los amos del capitalismo financiero del mundo, sino también a las pequeñas empresas de servicios que dependen de él, a los trabajadores autónomos, a los sectores de salarios bajos y de tiempo parcial, así como a la mayor parte de los empleos de las industrias de exportación. El sistema de trabajo abstracto demuestra lo absurdo que es y el capitalismo global que simplemente beneficia a una pequeña minoría que ahora presencia su Waterloo: todos son conscientes de esto, pero prefieren ignorarlo” (p97). No estamos presenciando una mera crisis conjetural, sino el colapso de un mundo.

¿QUÉ HACER?

Kurz es muy crítico y no muestra piedad alguna contra la izquierda moderna que es incapaz, por falta de un análisis teórico y crítico, de medir lo que está sucediendo.

Kurz ataca a la izquierda en particular por haber adoptado el relativismo posmoderno de que “todo vale” y abandonar la crítica radical del capitalismo a favor de la virtualidad de los blogs. Esto se debe para él a una serie de razones sociológicas: la pertenencia de la mayoría de sus miembros a la clase media educada después de Mayo del 68 nació al mismo tiempo que la aparición del crédito: “Durante el período donde surgió la economía de las burbujas financieras, estas nuevas clases medias se volvieron cada vez más dependientes de la expansión del crédito privado, porque estaban sujetas a una precariedad creciente. Fue precisamente durante este proceso que la cosmovisión peculiar de la conciencia de la clase media se convirtió en la posición dominante de la realidad, incluso al interior de la izquierda” (p. 164).

Esta clase social es consciente de que su supervivencia está íntimamente ligada a la existencia del sistema capitalista y por eso quiere “que todo cambie sin que nada cambie”. Acusa al neoliberalismo y a las finanzas internacionales de todos los males y ve la solución a sus problemas en el recurso al Estado y a una política keynesiana, es decir, a un capitalismo nacional que considera mucho más humano. Esta clase media subestima el entrelazamiento de todas las economías nacionales en la forma de una economía global y cree que un retorno al Estado de bienestar es la única solución, mientras que, al mismo tiempo, con tal de evitar la bancarrota global, los Estados nacionales están condenados a nacionalizar las pérdidas con tal de compensar las fabulosas deudas que sufren mediante el recurso permanente al crédito. Esta clase media se equivoca, cegada por su propio discurso democrático, sobre la función y la razón de existir del Estado que no tiene nada que ver con la defensa de sus ciudadanos sino con la emanación del capitalismo, ya que el Estado “no es una agente al servicio de cualquier clase dominante o al servicio de ciertos grupos económicos, es ante todo la autoridad general y supra-social que conforma todas las instancias del poder que constituyen el marco externo para la valoración del capital y de todas sus máscaras [para Marx las máscaras son los hombres y mujeres que viven en el sistema capitalista y, ya sea que dirijan o controlen este sistema, actúan simplemente por actuar, sin no hacer otra cosa que obedecer al sistema en el que operan]. Y es precisamente por eso que el Estado no está por encima de las leyes objetivas del movimiento del capital y no puede dirigirlas o modificarlas como le plazcan. Al contrario, no está menos sujeta a esas leyes que cada representante de un capital individual; incluso está mucho más sujeto a estas leyes ya que existe a un nivel social superior” (p. 148).

Ante la inevitable decepción que no dejará de despertar a este Estado incapaz de frenar la crisis que enfrenta el sistema al que está conectado, ante el paro masivo, la reducción de la financiación de los programas sociales (ya que todo el dinero es destinado al reembolso de la Deuda), lo único que le queda a esta clase media empobrecida es refugiarse en el antiamericanismo o en el antisemitismo. Lo que Kurz entiende por una ideología económica basada en el antisemitismo es antes que nada lo siguiente: “De la globalización del capital surge una ideología mundial asesina. La causa y el efecto se invierten: la crisis crediticia no aparece como consecuencia de un agotamiento interno de la acumulación real, sino como resultado de la codicia del capitalismo financiero (visión asociada desde hace doscientos años a estereotipos antisemitas); el papel de Estados Unidos y el del dólar-militarizado no nos parecen como una condición común a toda forma de capital que sea globalizado, sino como una forma de dominación imperial que se proyecta sobre el resto del mundo” (p50-51).

Sin embargo, Kurz no pone sus esperanzas en la clase trabajadora, ya que no es una clase que se encuentre fuera del sistema capitalista, sino que debe su existencia misma al desarrollo del capitalismo: “Históricamente, la representación política y sindical del proletariado no fue otra cosa que la representación de la variación afirmativa del capitalismo y, por ello mismo, la representación del trabajo abstracto. Es así como se construyó un antagonismo puramente relativo entre el principio del trabajo supuestamente transhistórico y antropológico y la forma de la propiedad privada entendida en sentido legal, mientras que en realidad el trabajo abstracto y la propiedad legal de los medios de producción sólo representan diferentes determinaciones de la forma en que existe en sí mismo el sistema de referencia que lo engloba todo: el sistema de valoración del valor. Este contexto lo subsume todo y Marx lo llamó el sujeto autómata de la sociedad fetichista moderna: es en este sistema donde todas las clases sociales funcionan bajo la lógica de la valorización. No existe un principio ontológico sobre el cual podamos reclamar alguna clase de emancipación social. El capitalismo sólo puede ser superado por la crítica concreta e histórica de sus formas fundamentales. La lucha de clases fue esencialmente la lucha por el reconocimiento sobre el terreno de las categorías capitalistas” (p161-162). Pero aún hoy este sentimiento de pertenencia a una clase ya no existe porque con la 3ª revolución industrial apareció como una nueva forma de organización del trabajo (desarrollo de contratos de duración determinada, trabajo temporal, paro, etc.) que ha atomizado y aislado cada vez más a los individuos.

Kurz también es muy crítico con el activismo de la izquierda que “se mueve con el único propósito de hacer olvidar a todos que se encuentran vacíos” y cuyas acciones se reducen a luchas simbólicas y puntuales. También ataca a los movimientos anti-productivistas y decrecentistas, acusándolos de abandonar la realidad social en favor del repliegue: “Tales ideas no constituyen otra cosa que un modo de fugarse de la realidad. No quieren oponerse a la gestión de la crisis, sino cultivar su propio mundo supuestamente idílico frente a la síntesis social real que ha conseguido establecer el capital. Desde un punto de vista práctico, tales proyectos son completamente insignificantes. Son sólo una ideología dirigida a producir un cierto bienestar al interior de una izquierda que se encuentra desorientada y que intenta darle la espalda a la crisis del capitalismo y que amenaza con convertirse en un recurso que gestiona esa misma crisis” (p. 22). Para él, ni las comunidades locales ni las luchas ocasionales permiten realizar una síntesis social con tal de ir más allá del capitalismo.

Sin embargo, Kurz no quiere permanecer pasivo ante la actual crisis sistémica que estamos experimentando: “la resistencia comienza donde los individuos se elevan por encima de su cotidianidad predeterminada por el capitalismo, escapando por los poros que tiene el sistema y de ese modo se vuelven capaces de organizarse entre sí” (P169). Debemos abandonar las viejas divisiones del socialismo histórico porque lo que cuenta no es la pertenencia a una clase sino la conciencia, “no una conciencia idealista en términos de una ética filosófico-moral, sino una conciencia que se enfrenta al límite histórico del valor y al declive de toda una civilización” (p163).

La teoría crítica y la relectura de Marx están ahí para ayudar a esta conciencia porque todo debe ser arrebatado de las manos del capital, de la mercancía y de la “reina de todas las mercancías” que es el dinero. Pero esto solo puede lograrlo un contra-movimiento social que considere a la sociedad como un todo, un movimiento que se haya dado cuenta de que el mundo está llegando a su fin y que rechace todas las formas fetichistas que están vinculadas al capital. Eso requiere de una apropiación de las fuerzas productivas en un sentido socialista, es decir, desligarlas del universo de la mercancía para así devolverlas a los hombres. “Al final de la historia de la modernización, el socialismo también debe reinventarse” (p. 52).

Este libro es una colección de textos breves, lo que lleva al autor a abordar la misma cuestión varias veces y lo obliga a ser lo más preciso y conciso posible. Su fuerza radica en su implacable análisis de la situación actual desde un punto de vista radicalmente anticapitalista, lejos de cualquier crítica unilateral a los Estados Unidos, a los bancos, a la oligarquía globalista, donde ve en realidad señuelos destinados a desviarnos de un cuestionamiento del capitalismo, señuelos con los que muchas veces nos sentimos satisfechos, demasiado felices de encontrar líderes humanos, cuando lo que ocurre es solo la marcha inevitable de un sistema. Nos recuerda que el capitalismo globalizado y el capitalismo nacional son dos caras de la misma moneda, sea cual sea la forma que adoptó este capitalismo nacional durante el siglo XX: ya fuera el Estado de bienestar de los países occidentales, el fascismo o el “socialismo real” de los países orientales. Además, el libro realiza una mirada muy crítica de la izquierda tradicional y sus acciones, enfatizando en particular su apego a un sistema que cree fantasiosamente estar combatiendo. Esta crítica implica la necesidad de superar la dicotomía entre izquierda y derecha.

Solo podemos acusar al autor de usar un tono muy dogmático y que según sus análisis la “clave” de todo está en la crítica del valor, siendo esta crítica el único modo de explicar el capitalismo y profetizar su próximo fin. Su crítica a los movimientos anti-productivistas y a la ecología radical, a la que acusa de haber abandonado la realidad social, no está del todo justificada porque no debemos olvidar la importancia que estos movimientos tuvieron y siguen teniendo mediante el aumento de la crítica al capitalismo que muchas veces se limita a una simple vertiente económica. Estas corrientes también desarrollan una crítica a la tecnología y los estragos ecológicos que provoca, lo cual despierta en la conciencia un ataque frontal contra el reino de las mercancías que no existe únicamente al nivel de un sistema económico, sino que amenaza a la vida misma. Sin embargo, las acciones de estos movimientos tienen el gran mérito de haber superado la teoría y llegar a la práctica.

Así como la actual crisis del capitalismo radica en la convergencia de varios factores, las soluciones para enfrentar esa crisis también son múltiples. Pero lo cierto es que atenerse únicamente a la decencia común, a una indignación justa, pero bastante insuficiente, o a una postura sentimental de rebelión contra el mundo moderno, son en realidad pruebas de la impotencia que sufre en verdad la lucha anticapitalista. El propio Kurz destaca la imposibilidad de la izquierda de analizar la gravedad y profundidad de la crisis actual y, por lo tanto, de dar una respuesta adecuada a todo eso. Así que depende de nosotros el superar estas divisiones obsoletas y participar en la conformación de un contra-movimiento social que se enfrente a esta realidad. Pero no debemos lanzarnos ciegamente a la acción, a lo que acertadamente Kurz llama el “moverse con el único propósito de hacer olvidar a todos que estamos vacíos”, sin ni siquiera haberle dado un fundamento sólido a nuestro anticapitalismo con tal de preparar los presupuestos para superarlo. La crítica teórica es esencial, e incluso vital, para establecer una acción social duradera que se oponga radicalmente al capitalismo con tal de llevar a cabo una transformación de la sociedad. La lectura de este libro contribuye a todo ello.

Puede encontrar en Internet un sitio dedicado a la crítica de valor: http://palim-psao.over-blog.fr/

Los textos de Robert Kurz pueden encontrarse en francés en el sitio de la revista Exit!: http://www.exit-online.org/text1.php

Fuente: https://rebellion-sre.fr/vie-et-mort-du-capitalisme/

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