Palestina: la importancia revolucionaria de este conflicto

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

¿Cómo debemos pensar políticamente el Medio Oriente? Nuestro compromiso con el socialismo revolucionario europeo hace que apoyemos casi naturalmente la causa defendida por pueblos como el sirio, el libanés y el palestino. Sin embargo, vale la pena estudiar más detenidamente las razones de la solidaridad que expresamos por quienes luchan contra el imperialismo sionista. Primero debemos dejar claro de que no se trata de sustituir u odiar de forma descarada en nombre de la lucha revolucionaria. Nuestro anti-sionismo no es una forma de antisemitismo o judeofobia disfrazada, no es una postura pseudo-rebelde (un keffiyeh alrededor de tu cuello nunca nos convertirá en revolucionarios…). Esta ultima sería una oposición ideología que ha sido el fundamento de toda la política israelí desde la creación del Estado hebreo. Esta política se encarga de favorecer los intereses del globalismo en el Medio Oriente mediante la destrucción de todos los obstáculos que impiden su dominio. Resulta erróneo creer que este conflicto solo tiene consecuencias puramente locales. Es de suma importancia para todos los que no aceptan que los pueblos sean aplastados por la globalización capitalista.

Los orígenes del sionismo

El sionismo político fue fundado por Theodor Herzl al adoptar toda clase de ideas nacionalistas y colonialistas que eran populares en la Europa del siglo XIX. Se trató de una respuesta “nacional” y burguesa que dejaba de lado la fe de los judíos. No obstante, fue un intento de resolver la particular situación de las comunidades judías que existían en ese continente.

De hecho, “hasta que se produjo el auge del modo de producción capitalista en el siglo XVIII, los judíos siguieron siendo, en la región euro-mediterránea, una de las pocas comunidades pre-capitalistas que sobrevivieron a cualquier clase de desplazamiento geográfico. Esta comunidad pudo mantenerse hasta ese entonces debido a que se convirtió en el agente social del comercio de bienes y de dinero en las sociedades feudales europeas, donde era un componente externo al proceso de producción pre-capitalista. Fue sobre este principio que los judíos pudieron sobrevivir como una especie de isla, ciertamente precaria, en medio de la sociedad que los rodeaba y de ese modo conservar su comunidad y su organización interna relativamente autónoma” (Le Brise-Glace). Cuando el capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante en Europa, los judíos tuvieron que enfrentarse a la puesta en entre dicho de sus principios comunitarios. Al ver que ya no cumplían un papel que estaba exclusivamente reservado para ellos, los judíos se vieron obligados a adaptarse o integrar este nuevo sistema en cuya génesis habían jugado un papel importante a nivel financiero (por medio de la capitalización de la economía).

La desestructuración de la tradicional comunidad judía no fue algo que únicamente padecieron, sino que también lo asumieron voluntariamente quienes promovían la “Ilustración judía”, la Haskalah. Este movimiento invitaba a los judíos a “salir de los guetos” e integrarse a la sociedad moderna. El movimiento fue bien recibido ya que rechazaba las prácticas y las tradiciones religiosas en nombre del “humanismo” y el hecho de “asimilarse” a los “pueblos progresistas de Occidente”. La Haskalah resonó favorablemente entre la burguesía judía de Europa occidental que la veía como una oportunidad para restablecer su lugar dentro de la creciente vida económica de la sociedad. Cuando la Convención de 1792, fruto de la Revolución Francesa, decretó la emancipación política de los judíos, con ello ratificó su deseo de atomizar la comunidad en individuos aislados al afirmar que quería: “Conceder todos los derechos a los judíos como individuos, pero no otorgarles nada como nación”. “El principio de atomizar a los individuos dentro de la competencia mercantil es el fundamento mismo de la sociedad democrática y estaba perfectamente enunciado allí”.

Los judíos de Europa Occidental se asimilaron muy rápidamente a la pequeña y a la gran burguesía y su “judaísmo” no era más que una religión privada practicada por individuos atomizados. En cambio, en Europa del Este la integración era casi imposible ya que las sociedades de allí no estaban lo suficientemente desarrolladas económicamente como para darle un lugar a los judíos. “La ley del dinero se había impuesto sobre la sociedad, había de-construido el modo de vida tradicional, pero debido a la presión que ejercía la competencia de las naciones más avanzadas, el nuevo modo de producción no pudo desarrollarse lo suficiente como para integrar a ‘todas las masas desarraigadas’”. En Yiddishland esta situación provocó por igual la asimilación y la conservación de una comunidad imposible. Las consecuencias del surgimiento del capitalismo habían destruido el frágil equilibrio que existía en todas las sociedades de Europa del Este. El antisemitismo popular, nacido entre las masas arruinadas, afectó a los judíos ya que los consideraba los responsables de los trastornos económicos y sociales. En respuesta a ello, se desarrolló dentro de las comunidades judías un regreso al misticismo jasidico (el cual estaba basado en el estudio de la Cabalá) y que intentaba restablecer un vínculo entre la comunidad y la tradición. Este se caracterizaba tanto por un culto al sacrificio redentor como por el desprecio total hacia los aspectos materiales de la existencia, lo que permitió a una gran parte de los judíos de Europa del Este superar su miseria. De hecho, la pauperización había provocado el nacimiento de un proletariado judío que solo podía existir dentro de su comunidad sin poder romper con ella y solo podía participar dentro de la pequeña producción casera sin tomar en cuenta a la burguesía judía.

Pero la industrialización que se produjo a finales del siglo XIX reduciría drásticamente a la moribunda comunidad, dejándoles como única opción el desempleo o la emigración a Occidente. Fue entonces cuando el proletariado judío empezó a adherirse al proyecto socialista y comenzaron a adoptar el marxismo. El socialismo se convirtió en una forma para salir del gueto, para superar la condición de exclusión que sufrían los judíos al integrarlos a la sociedad por medio de la lucha de clases junto con el proletariado autóctono. Es por esta razón que surgieron en Rusia judíos completamente secularizados que fueron igualmente los primeros seguidores del marxismo junto con otros que participaron entre movimientos como los socialistas revolucionarios, los comunistas o los populistas. Pero esto solo fue posible para una minoría, pues seguían existiendo muchas dificultades para dejar la comunidad (debido al arraigado antisemitismo y al surgimiento de un sentimiento nacional judío específico), lo que llevó a un retorno del gueto. El Bund encarnaría este giro separatista, lo cual causó que se aislase del resto de los movimientos revolucionarios europeos. El importante Partido Socialdemócrata Judío (que existía dentro de la “zona de reserva” ruso-polaca) optó por reclamar un territorio judío autónomo en Europa del Este antes de la Primera Guerra Mundial. El fracaso de este proyecto dará nacimiento al sionismo.

La farsa sionista

Existen dos tipos de sionismo: el sionismo “burgués” y el sionismo “obrero”. El sionismo “burgués” fue promovido por la burguesía judía de Europa occidental en contra de la emigración masiva de proletarios judíos desde Europa del Este. Este desplazamiento masivo de un grupo social despertó un fuerte antisemitismo dentro de la clase trabajadora europea a finales del siglo XIX. Los empresarios utilizaban a estos emigrantes como mano de obra barata que competía con los trabajadores locales (nada ha cambiado dentro del capitalismo…). La burguesía judía estaba preocupada de que tales eventos causaran el ascenso de un fuerte sentido de hostilidad popular hacia ellos, por lo que decidieron desviar este flujo de emigrantes hacia un “hogar nacional judío” que se encontrara protegido por las grandes potencias coloniales europeas. “A decir verdad, la elección de Palestina no tenía ninguna importancia para la burguesía judía. En realidad, hubieran aceptado a priori cualquier otro territorio, siempre y cuando con ello se deshicieran de sus compañeros de fe orientales. En 1903 Herzl le propuso al movimiento sionista Uganda como el futuro hogar de los judíos porque esta les fue ofrecida por Su Majestad Británica. Pero Palestina se impuso naturalmente debido a que entre los judíos de Europa del Este existía una tradición cultural e imaginarían que ligaba a Sion con la Tierra de Israel”. Cabe señalar que entre los judíos tradicionalistas esta idea de regresar a Palestina era considerada como un sacrilegio.

Esta empresa adquirió desde el principio un carácter colonial. El capital burgués fue utilizado para comprar las tierras de los grandes terratenientes árabes que estaban ausentes con tal de que se instalaran los colonos judíos orientales que de ahora en adelante supervisarían a los trabajadores palestinos. Al mismo tiempo, el sionismo “burgués” se apoderó del comercio y la industria de las ciudades. Palestina estaba lejos de ser un desierto a principios del siglo XX, era una región rica cuyos cereales y cítricos se exportaban por todo el Medio Oriente. Cuando Gran Bretaña ocupó la región después de la Primera Guerra Mundial, permitió que los colonos judíos se establecieran en Palestina en grandes cantidades.

Pero la explotación de tipo colonial quedaría por completo obsoleta. Las crecientes tensiones entre los recién llegados y las poblaciones árabes obligaron a los británicos a controlar la emigración judía.

Es entonces cuando el sionismo burgués utilizará el impulso del socialismo judío para dar a luz a un sionismo “obrero” destinado a llevar a cabo la colonización del territorio. El mito del “Kibbutz” servirá de máscara para la expoliación de todo un pueblo. Este sueño comunitario e igualitario atraerá a una gran parte de los judíos de Oriente. La llegada masiva de estos colonos idealistas hará innecesario el uso de mano de obra palestina y servirá para sentar las bases del futuro Estado hebreo. La combatividad del sionismo “obrero” acelerará el nacimiento del Estado de Israel y lo llevará a imponerse por las armas tanto en contra de los británicos como en contra de los árabes.

El estado de excepción

Con la fundación del Fondo Nacional Judío en 1901, el sionismo burgués dio el primer para para crear una política para apropiarse de las tierras palestinas. De hecho, se comienza a comprar tierras que ya no podían revenderse o alquilarse a los no judíos. El sionismo “obrero” establecerá que sólo los judíos podrán explotar las tierras. Los palestinos eran simplemente demasiados para seguir viviendo allí. Incluso antes de la fundación de Israel, el director del Fondo Nacional Judío dijo en 1940: “Debe quedarnos claro que no hay lugar para dos pueblos en este país. Si los árabes lo abandonan, nos bastará (…). No existe otra solución que desplazarlos a todos; no debemos dejar ni un pueblo ni una sola tribu… Debemos explicar a todos los jefes de los Estados aliados que la tierra de Israel no será muy pequeña si conseguimos que todos los árabes se vayan, empujando las fronteras un poco más allá, hacia el Norte, a lo largo del Litani (río en el centro del actual Líbano), y hacia el Este, hacia los Altos del Golán”.

Gracias a varias guerras los israelíes implementarían este programa de limpieza étnica. La expulsión de los palestinos fue una empresa deliberada y sistemática que se consagró por medio de la legislación. La expropiación de cientos de hectáreas de tierras agrícolas, junto con la aprobación de leyes especiales, permitieron el establecimiento de colonos en zonas prohibidas, desalojos de barrios enteros dentro de las grandes ciudades, además de prohibir de circulación entre los barrios, etc… todo esto fue impuesto con tal de que los árabes que aún vivían en Israel fueran ciudadanos de segunda clase (el 20% de la población de Israel es musulmana o cristiana). La destrucción sistemática de pueblos palestinos con excavadoras (incluidos cementerios, mezquitas e iglesias) es el símbolo de este deseo de borrar todo rastro de presencia árabe dentro del Estado de Israel.

La conquista de los territorios ocupados endurecerá la política de expansión sionista. Mientras tanto, el sionismo “obrero” fue perdiendo fuerza a partir de la década de 1980, lo cual fue acompañado por el ascenso del sionismo “religioso”, el cual ahora legitimaba las múltiples agresiones israelíes. Si bien los partidos ultra-religiosos no tienen una gran resonancia en la vida cotidiana de una sociedad israelí, que está inspirada en un modelo occidental, le proporcionaron a los sucesivos gobiernos todo un discurso místico que vincula las conquistas territoriales de Israel con la voluntad divina.

Israel ha sido varias veces condenado por la ONU, pero parece no temer ser considerado como un Estado depredador. El sionismo se aprovecha del silencio de los medios sobre estos crímenes, esto se debe a su relación privilegiada con la actual superpotencia mundial (los Estados Unidos) y al hecho de que sigue su estrategia para el Medio Oriente.

Oriente Medio en el Nuevo Orden Mundial

Durante la Guerra Fría, Israel se convirtió en la cabeza de puente del imperialismo estadounidense en el Medio Oriente. Para proteger esta región de los posibles triunfos del comunismo, el Estado sionista recibió una considerable ayuda económica financiera y militar. Siendo el “Centinela de Occidente” frente al mundo árabe-musulmán que podía ponerse del lado de la URSS, vivió casi por completo de la ayuda constante de los Estados Unidos. La seguridad de Israel y su papel como guardián del orden regional justifican, junto con el control de los recursos petroleros, la continua presencia estadounidense en esta zona del mundo.

Después de la desaparición de su rival soviético a principios de la década de 1990, la única superpotencia sobreviviente ahora tiene las manos libres para volver a dibujar el mapa de Oriente Medio de acuerdo con sus intereses. Esto comenzó con la Primera Guerra del Golfo en 1991 cuando su intervención fue aprobada por las autoridades internacionales. En 2003, Estados Unidos invadió Irak con el pretexto de restaurar la “democracia”.

En 2006, Estados Unidos patrocinó la agresión sionista en contra del Líbano para acelerar la instauración de su proyecto del “Nuevo Oriente Medio”. “Según la revista The New Yorker, Bush ha pedido a Israel que abra un frente en contra de Hezbollah como un preludio para que los Estados Unidos bombardeen las instalaciones nucleares de Irán. Esta agresión hace parte de la guerra de 10 años que fue anunciada por Bush después del 11 de septiembre de 2001, la cual apunta a reconfigurar el Gran Medio Oriente. El plan de los Estados Unidos es dividir la región en entidades artificiales que estén en conflicto debido a razones étnicas, religiosas o económicas, pero siendo todas dependientes de los Estados Unidos a través de su sumisión a los mandatos de la OMC”. Israel conservaría su papel de gendarme encargado de reprimir cualquier clase de resistencia nacional. Por ello, “Israel quiere fijar sus propias fronteras, ya que otros pueblos se niegan a capitular y renunciar a sus derechos. Una primera fase fue su invasión de Cisjordania después de haber abandonado Gaza y luego vino la construcción del muro que anexa aún más tierra palestina, lo cual hace que la vida sea imposible para las poblaciones árabes” (1). La invasión del Líbano tiene como objetivo controlar la zona del río Litani, codiciada durante mucho tiempo por sus recursos hídricos y su posición estratégica.

El ataque a Hezbollah le dio al Estado sionista la oportunidad de demostrar su utilidad ante su poderoso protector. Israel pretendía demostrar su poder y eficiencia haciendo una importante contribución a la guerra contra el “terrorismo”. Pero su “atractivo” decepcionó a los Estados Unidos que habían invertido grandes cantidades en llevar a cabo la invasión. La “Primavera Árabe” fue la ocasión para provocar una guerra civil en Siria (ver los artículos que hemos escrito en nuestro sitio). Hoy la amenaza está dirigida hacia Irán.

El Estado de Israel sabe que debe conseguir ganar una carrera transformándose en un búnker enemigo del eje de la resistencia (Irán/Hezbollah/Siria). Su supervivencia depende más que nunca de su alianza con Estados Unidos y de su capacidad para provocar el caos en la región, por lo que, lamentablemente, es previsible que Líbano, Palestina y Siria vuelvan a ser el objetivo de las ambiciones sionistas.

Notas:

1). C. Beuzit, El pueblo libanés unido derrota al imperialismo sionista, cf. Intervención Comunista No. 76, septiembre-octubre de 2006.

Bibliografía:

Le Sionisme, avorton du mouvement ouvrier, in Le Brise-Glace, n°2-3, 1989.

– Th. Cosme, Moyen Orient 1945-2001/Histoire d’une lutte de classes, Sononevero, 2003.

Fuente: https://rebellion-sre.fr/palestine-les-enjeux-revolutionnaires-dun-conflit/

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