Friedrich Nietzsche y el problema del nihilismo

Por Frédéric Cincinnatus

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera


¿Qué es el nihilismo? Los diccionarios comunes definen al nihilismo como una doctrina según la cual no existe nada en absoluto, definición que es parcialmente válida ya que la raíz latina de la palabra nihil significa “nada”, el vacío. Pero si ahondamos mucho más en la historia de esta palabra, notamos que este término se ha utilizado para designar realidades extremadamente diversas que varían según las épocas y los contextos culturales.

Sin embargo, fue durante el siglo XIX que esta idea adquirió el significado que tiene hoy, pero su sentido se estiro tanto que llegó a designar casi cualquier cosa e incluso adquirió significados opuestos: el idealismo que caracterizó a las filosofías pos-kantianas era considerado como la mejor definición de nihilismo para algunos (al sostener la idea que el mundo era solamente una emanación del sujeto); para otros, el nihilismo era fruto del positivismo (debido a su obsesión de reducir lo superior a lo inferior y utilizar el método científico en todos los niveles de la realidad); el ateísmo que llevaba a la negación de Dios y de todos los valores que provenían de Él fue denominado como la verdadera cada del nihilismo; también el termino se usó para designar una tendencia psicológica (“una fatiga fatal de la vida” como la designa el psicólogo Paul Bourget), además de que designar a una doctrina revolucionaria que era cercana al anarquismo o que usaba el terrorismo para destruir el orden existente (el movimiento nihilista ruso), o incluso tendencias artísticas contemporáneas que intentan producir obras que rompan con la búsqueda tradicional de la Belleza. Sus campos de aplicación son, por tanto, variados: filosóficos, religiosos, políticos, artísticos… ¿Pero no invalida tal polisemia el uso mismo de la palabra?

En realidad, esta pluralidad de significados da una apariencia de anarquía y enmascara una unidad original, ya que si este término es capaz de designar realidades tan diversas es porque quizás estas realidades tienen características comunes. En otras palabras, quizás sean sólo la expresión de una realidad más profunda a la cual el lenguaje trata de darle sentido, una realidad que todavía está demasiado oculta como para ser expresada realmente. Nietzsche desarrolló ampliamente este enfoque desde una perspectiva dinámica. Debemos abordar su definición del nihilismo: ¿Qué significa entonces el nihilismo? Es la degradación de los valores superiores. Pero carecemos de una respuesta adecuada porque no tenemos la pregunta correcta (1).

¿Cómo esta degradación de los valores superiores puede ser considerada el punto central en el que convergen tanto la “fatiga fatal de la vida” como el positivismo o incluso el terrorismo anarquista? ¿Y cómo entender tal definición?

El nihilismo y la muerte de Dios

El nihilismo está ligado, nos dice Nietzsche, a un acontecimiento cuyo conocimiento permanece oculto: la muerte de Dios. “No habéis oído de ese hombre loco que en la claridad de la mañana encendió una linterna, corrió al mercado y comenzó a gritar sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! — Como estaban allí reunidos muchos de los que no creían en Dios, provoco una carcajada. ¿Qué, se ha perdido?, decía uno. ¿Se ha extraviado como un niño?, decía otro. ¿O está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?  — así exclamaban y reían todos a la vez. El hombre loco salto en medio de ellos y los penetro con su mirada. ¿A dónde ha ido Dios?, exclamó, ¡yo os lo diré! ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! ¿Pero cómo hemos hecho esto? ¿Cómo hemos sido capaces de beber todo el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos hecho para poder desprender la tierra de su sol?  ¿Hacia dónde nos movemos ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros lejos de todos los soles? ¿No nos precipitamos permanentemente? ¿Y también no lo hacemos hacia atrás, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Existe aún un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el halito del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No se hace continuamente más de noche y de noche? ¿No es necesario encender linternas por la mañana?” (2).

¿De qué se trata todo esto? ¿Nietzsche está aquí imaginando únicamente el proceso de desencanto producido por un mundo que esta de ahora en adelante vinculado al progreso de la ciencia y que termina con el nacimiento del ateísmo en las sociedades europeas secularizadas? Si es así, ¿por qué esta muerte es un evento tan terrible? ¿No necesitábamos acaso acabar con lo que la Ilustración consideraba que eran “supersticiones” para que la humanidad consiguiera alcanzar una mayor autonomía?


En realidad, esta muerte de Dios no es una simple declaración de ateísmo, sino el eco de un hecho universal y radical que afecta profundamente la relación del hombre con el mundo. La muerte de Dios no sólo debe entenderse aquí como la bancarrota del cristianismo; como el colapso de todos los dogmas asociados a él y del que surgió una ontología y una moral particular que habían gobernado a Occidente durante casi dos milenios. Antes que nada, la muerte de Dios significa que nuestro mundo sensible ya no puede entenderse a la luz de un mundo suprasensible (al que el cristianismo sólo ha añadido un cierto colorido, aunque decisivo) mediante el cual encontrábamos su justificación; los valores, las normas y los fines que había en él han perdido el derecho a regir la existencia humana… La muerte de Dios significa la pérdida del fundamento supremo de este mundo; esta causa última era la que justificaba no solo el hecho de que la realidad existe (que existe algo en lugar de la nada), sino también que la realidad es como es (si un Dios bueno y misericordioso lo desea, el mal puede parecer aceptable tanto más cuanto que posteriormente se otorgan recompensas por el sufrimiento experimentado…). En otras palabras, es el fundamento final sobre el que descansa el conocimiento de la realidad, y una vez que ya no existe es fundamento nuestra vida dentro de esa realidad se desmorona.

Por tanto, el mundo parece carecer de sentido; el hombre descubre consternado, temeroso y tembloroso que el mundo en que vive es impío, inmoral, incluso podemos decir que es “inhumano”. Todo lo que queda es el sentimiento de lo absurdo de nuestra existencia, que pronto se verá seguida por una gran desconfianza hacia este mundo sin Dios que se ha vuelto verdaderamente inhabitable. Porque con la muerte de Dios, al mismo tiempo desaparece la última estratagema que permitía al hombre protegerse contra las contradicciones del devenir y el dolor de la existencia, precisamente porque se recurría a un mundo fabuloso que negaba al mundo sensible (este mundo no es el mundo real sino un mundo lleno de apariencias). Así, todos los valores como lo Bueno, lo Bello, lo Verdadero, que encontraban en Dios su garante supremo (tanto el dios cristiano como el dios de los filósofos independientemente de las formas que haya asumido y cumplían semejante papel…), ya no pueden sostenerse.


¿Significa esto que era mejor que Dios se quedara o que sería cuestión volver atrás y no sufrir más los efectos de esta destrucción? En realidad, la muerte de Dios no significa la aparición del nihilismo, sino la conciencia de su presencia en el fundamento mismo de estos valores. Porque el nihilismo no es únicamente el resultado directo del desprecio de estos valores; sólo cuando se produce su erosión se revela por fin su presencia a plena luz del día. El nihilismo ya está presente en la construcción de un mundo supra-sensible. En efecto, la creación de un mundo suprasensible, que tiene su origen en las enseñanzas de Sócrates y luego en la construcción de la filosofía de Platón, es el momento en que se constituye la primera etapa de un trabajo que apunta a negar el mundo sensible para beneficiar a este otro mundo, más estable, más coherente, más seguro. Esta negación del mundo sensible que se realiza en el platonismo, que es el punto de partida de la metafísica occidental que en adelante preside nuestros destinos, opera por lo tanto como un doble de la realidad que al mismo tiempo constituye su negación. Ese es el verdadero sello, dice Nietzsche, de una cierta actitud ante la vida, ya en cierta medida decadente, cuyo signo es una voluntad de poder reactiva o en decadencia y que es incapaz de sostener este mundo caótico sometido a un incesante devenir, por lo que terminará por desarrollar una serie de estrategias destinadas a negar la vida misma para poder sostenerse mejor. El cristianismo, un “platonismo para el pueblo”, dice Nietzsche, no ha hecho más que consolidar este proceso de la negación del mundo sensible.

Sin embargo, a través de una extraña lógica, la voluntad de verdad, presente tanto en el platonismo como en el cristianismo, contribuyó paradójicamente a la destitución de estos “trasmundos”; el desarrollo científico que descansa en última instancia en los presupuestos metafísicos elaborados por la filosofía de Platón (preeminencia de la verdad, ontología que niega el mundo sensible, lugar de las apariencias y del devenir que se opone a un mundo inteligible estable…) termina invalidando todo un conjunto de preceptos que, sin embargo, eran fundamentales… (de ahí la ambivalencia de Nietzsche con respecto a la ciencia: positiva porque crítica; negativa porque no lleva su crítica hasta sus últimas consecuencias…).


Pero entre las fuerzas que desarrolló la moral estaba la veracidad: esta última finalmente se vuelve contra la moral, descubre su teleología, su punto de vista egoísta; y ahora actúa como un estímulo, la evidencia de esta larga mentira encarnada que estamos desesperados por extraer de nuestro interior.

Así que la desaparición de este mundo de fábulas hace que el mundo de aquí abajo sea aún más inhabitable, en la medida en que a partir de ahora se pierden las comodidades y toda clase de esperanzas que teníamos han sido desenmascaradas de una vez por todas… La pérdida del ideal nos pone frente al mundo, que se convierte en un lugar hostil y que es terriblemente intolerable, de ahí esta difusa sensación de malestar, náuseas y mareo, que tan bien expresaron las conciencias románticas sin explicar su origen profundo… Sentimientos que tal cosa únicamente está fortaleciéndose con el paso del tiempo mientras que los hombres no han sido capaces de lograr una verdadera revolución existencial. La muerte de Dios, por lo tanto, parece ambivalente en sí misma: puede ser fuente de grandes mañanas, ya que se ha derrumbado una interpretación que negaba la vida, como sucedía con las terribles tragedias que sucedían y ante las cuales existían muchas formas en que los hombres reaccionaban ante ellas…

“Ahora únicamente podemos esperar una larga y catastrófica época donde se sucederán la demolición, la destrucción, la ruina y la agitación: quién podría haber adivinado que esto sucedería hoy y quien nos enseñará una lógica inflexible mediante la cual podría convertirse en el profeta de estos inmensos terrores, de esta oscuridad, de este eclipse de sol que la tierra probablemente nunca ha conocido antes…” (3).

Poco a poco se revela la verdad

Curiosamente, los hombres han sido incapaces de entender el significado de este evento tan importante para una Europa que estaba por entrar en un periodo de grandes convulsiones.

“Lo que estoy contando es la historia de los dos siglos que vienen. Describo lo que viene, lo que no puede ocurrir de otra manera: la culminación del nihilismo. Esta historia ya se puede contar: porque la necesidad misma la impone. Este futuro ya nos habla por medio de muchos signos y es este el destino que esta siendo anunciado en todas partes; esta música que sonara en el futuro ya tiene preparados muchísimos oídos dispuestos a escucharla. Toda nuestra civilización europea se está moviendo en dirección a ella desde hace mucho tiempo bajo la creciente presión destructiva que nos impone y que no hace sino crecer década tras década, mientras nos lleva al desastre: destrucción, violencia, el precipicio: es una corriente que quiere acabar con nosotros, que ya no refleja nada y que le teme a la reflexión” (4).


Por lo tanto, las implicaciones de la muerte de Dios no se han entendido completamente. Al contrario, es a través de un conjunto de síntomas cada vez más manifiestos y que se van revelando a lo largo del tiempo, que los hombres lograran captar de alguna manera existencial lo que los profetas sólo han conseguido evocar de forma imperfecta… Porque esta conciencia del nihilismo no puede sino emerger a medida que se desarrolla su lógica; a condición, por supuesto, de saber descifrar los signos que se presentan ante las miradas perceptivas. Estos signos se manifiestan en un tiempo y un espacio particulares tomando diversas formas: sociales, políticas, psicológicas; lo que ocurre en el mundo es sólo la objetivación del espíritu particular que gobierna colectivamente a la humanidad. Nietzsche identifica varias etapas de este desarrollo. Fue al menos contemporáneo a cuatro de esas etapas, siendo la última parte la que pertenece al orden de la profecía y por lo tanto de la evocación…

“Quien habla aquí, por el contrario, no ha hecho hasta ahora nada más que reflexionar: como un filósofo y un ermitaño que por instinto se encontraba totalmente al margen, a un lado, viviendo por medio de la paciencia, en procrastinación, en su jubilación; como un espíritu que se atreve y busca y que ya se ha perdido en todos los laberintos del futuro; como un pájaro profeta que mira hacia atrás cuando dice lo que vendrá; como el primer nihilista consumado de Europa, pero que, en sí mismo, ya ha vivido hasta el final el nihilismo mismo, ya que lo ha dejado atrás, debajo y fuera de él” (5).

En realidad, estos diferentes tipos no son en absoluto puros; por el contrario, se compenetran entre sí y pueden convivir, incluso ante la existencia de una sucesión lógica que preside su aparición.

Analicemos brevemente esto. La primera forma del nihilismo es lo que Nietzsche llama el pesimismo, el cual se corresponde a ese sentimiento muy particular acerca de lo absurdo de la vida, de ese malestar que se encuentra presente en los lamentos de los poetas, los escritores, los artistas románticos y que se manifiesta y expresa de forma conceptual en los libros de Schopenhauer.

No nos hemos dado cuenta de que es necesario entender algo en concreto: que el pesimismo no es un problema sino un síntoma y su nombre será reemplazado por el de nihilismo; que la cuestión de saber si el no ser es mejor que el ser es en sí misma una enfermedad, un signo de decadencia, una idiosincrasia. El movimiento nihilista no es más que una expresión de una decadencia fisiológica.

La segunda clase se llama nihilismo incompleto. Aceptamos la muerte de Dios con cierta seguridad; sin embargo, esta muerte no es completa. Es la muerte de una figura, pero no de un sistema. Los viejos ídolos son reemplazados por otros nuevos. De modo que el positivismo, tal y como fue concebido por Comte llena ese vacío en algún momento. Existe la conciencia de la crisis, pero no se desconoce el origen de la crisis, ya que ella no radica solo en la destrucción de un viejo ídolo, sino en la propia creación de aquel ídolo. El culto a la ciencia, a la “humanidad”, a la nación, son indicadores de este proceso.

El nihilismo incompleto asume varias formas: vivimos justo en medio de él. Intentarse oponer al nihilismo sin trastocar los valores establecidos no es sino contraproducente y termina por agravar el problema (7).

La tercera forma es el nihilismo pasivo: aparece como la “fatiga fatal de vivir”. La necesidad de llenarnos con narcóticos espirituales con tal de aliviar ese malestar no hace sino crecer. En el siglo XIX, la boga del budismo, o incluso la multiplicación de varias y diversas sectas, son el reflejo de esta conciencia que se encuentra en las fauces de semejante malestar y en la búsqueda de la comodidad…

La forma más famosa del nihilismo pasivo es el budismo, que se manifiesta como signo de debilidad: la fuerza del espíritu se encuentra cansada, agotada, hasta el punto de que los valores actuales y las metas perseguidas hasta ahora son inapropiadas y ya no encuentran ningún crédito…

La cuarta forma del nihilismo es el nihilismo activo. Los narcóticos ya no son suficientes. El mundo se hace insostenible y debe perecer. En este sentido, la ola de terrorismo que sacudió a Europa a finales del siglo XIX, especialmente a través de los nihilistas rusos, ilustra bien esta necesidad de destruir el orden existente, incluso si para los mismos nihilistas rusos la destrucción es necesaria en favor de un orden mucho más radiante (de ahí la existencia de un cierto positivismo en algunos de ellos). Pensemos, por ejemplo, en Netchaiev quien, en su catecismo del revolucionario, afirma: “el objetivo es siempre el mismo, destruir lo más rápidamente y tanto como sea posible de esta ignominia que es el orden universal”, siendo su único pensamiento la destrucción inexorable por medio de la ciencia que estudia con ese propósito el reino del caos original. Ahora se trata de hacernos también como Dios; todo vale y tenemos que llegar hasta el final. Nietzsche comprendió bien los riesgos de tal despliegue de fuerzas incontroladas, y nuevamente ve el gran peligro que enfrenta la cultura europea, porque este tipo humano malsano que existe en Europa buscará “no extinguirse pasivamente, sino extinguir por medio de la acción todo lo que está desprovisto hasta este punto de sentido y propósito: aunque sea sólo una convulsión, una furia ciega que hace evidente que todo existe desde la eternidad, incluso en este momento de nihilismo y ardor subversivo” (8).

Finalmente, la quinta forma se denomina como nihilismo extático; es la forma más exitosa para ir más allá del nihilismo y lograr crear una nueva clase de humanidad. Este “superhombre”, que es la élite de una humanidad extinta, es el único capaz, mediante una voluntad de poder activo, de superar la muerte de Dios (y asumir el desafío del eterno retorno) infundiendo significado a este mundo a través de nuevos valores que afirmen la vida… Los diversos intentos de todos aquellos que estaban enamorados del voluntarismo nietzscheano, como nos recuerda Heidegger (fascismo, nacionalsocialismo), fueron incapaces de conseguir realizar en la realidad concreta algo semejante.

¿Superar el nihilismo hoy?

Más allá de las ideas proféticas de Nietzsche, la actualidad de sus criticas se mantiene, a condición de saber cómo retomarla y superarla para alcanzar algo mejor, porque es muy posible, como nos recuerda Heidegger, que la propia filosofía de Nietzsche constituya un momento clave en la profundización del nihilismo, pero de ninguna manera es su remedio.

L primero que confirma el diagnóstico que hizo Nietzsche fue la necesidad que tuvimos de crear nuevos ídolos, cada uno con una vida más corta que el anterior. El desarrollo de estas “religiones seculares”, como las llamó Raymond Aron, muestra que el lugar del Dios difunto todavía está presente en la forma de una carencia que se quiere llenar. El nacionalismo, el comunismo, el nacionalsocialismo, la actual religión de los derechos humanos, parecen entonces sustitutos incapaces de sostenerse por sí mismos y son formas bastardas de un nihilismo incompleto que se asume como estrategia para sustituir la realidad, mientras que el nihilismo activo, con su necesidad de destruirlo todo, gana terreno. El fracaso de los totalitarismos y su transformación en una forma suave del mismo, encarnada en nuestras democracias actuales, no debe hacernos olvidar que el nihilismo continúa existiendo en formas constantemente renovadas. La razón que ha sido destronada, que durante mucho tiempo fue su supremo fundamento, hoy está siendo disuelta por la crítica, hasta el punto de desechar sus propias obras y de invalidarse en el reino de los fines, conduciendo así a este ambiente de relativismo, a esta miseria del pensamiento donde todo vale y, por lo tanto, nada vale… Ahora, la razón solo es capaz de ejercer su poder por medio de un proceso instrumentalización que se dedica puramente al cálculo para poder alcanzar cualquiera de sus fines, siempre que sea reconocido como algo deseable. Esta racionalidad instrumental que se corresponde con el reinado de la tecnología como muy bien lo vio Heidegger, continúa su obra de devastación sobre la tierra disfrazada como capitalismo mercantil y a través de la cual, para usar la idea del filósofo italiano Vattimo, el valor de uso es reemplazado por el valor de cambio…

La segunda idea que revela el diagnóstico, tras la primera critica es la siguiente: la voluntad de poder por medio del trabajo. Si bien es necesaria una voluntad de poder activa para superar este desafío (y darle un nuevo significado a este mundo que ahora se puede interpretar indefinidamente…) nos faltan las fuerzas para ello. Además, los hombres parecen deleitarse con este mundo en ruinas, del que ya no podemos reconstruir nada y en el que nos limitamos a aumentar el proceso de devastación. La figura desarrollada por Nietzsche “del último hombre”, que intenta ahuyentar su ansiedad existencial a través del consumismo, ilustra bien este fenómeno. La muerte de Dios es para el hombre únicamente la oportunidad de dedicarse plenamente a sus deseos más bajos, ya que no tiene nada que le estorbe, algo que lo lleva a abrazar como finalidad el buscar una pequeña y mediana felicidad a través de una gran cantidad de placeres que pueden ser obtenidos fácilmente. Esta forma moderna de entretenimiento, en el sentido pascaliano del término, es particularmente reveladora del malestar que existe en nuestra cultura, donde la búsqueda del “pan y de los juegos” es ahora nuestro único horizonte de expectativa. Lo más grave es que estos mismos estupefacientes, cuando ya no son suficientes, facilitan el acceso o incluso la conversión de las conciencias que caen bajo el “encanto” de lo exótico, que, en el marco de este relativismo deplorable que azota a Europa, favorece la implantación de concepciones no europeas en nuestro suelo (como el salafismo, que se alimenta de los restos del resentimiento que sienten muchos contra nuestra propia cultura).


Pese a todo, sin necesariamente seguir plenamente la interpretación de Heidegger según la cual Nietzsche sólo sería una prolongación del nihilismo, ya que este representa el rostro final de la metafísica occidental a través de esta época de la técnica donde se busca el poder sin llegar a sentirse como uno mismo (Nietzsche permaneció como el hombre más contrario a todo lo que fue determinado por Platón, hasta tal punto que él mismo no sería sino “el más frenético de los platónicos”…), de lo cual se deduce que no debemos convertir a Nietzsche en un pensador y un maestro que nos dictaría toda clase de recetas para hacer triunfar sobre este peligro supremo (recordemos la frase: “si quieres seguirme, aléjate de mí” …). En cambio, su método genealógico para descifrar los síntomas que sufre nuestra cultura sigue siendo de gran agudeza. Se trata aquí y ahora, dada nuestra actual configuración espiritual, de evaluar las posibilidades que se nos abren, mientras el nihilismo sigue inexorablemente persiguiendo su lógica a través de formas a veces inesperadas.

Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Volver atrás? ¿Pedir la restauración de la tradición? ¿Pero cuál? Como señaló Heidegger, todos los intentos de restaurar una especie de Edad de Oro, ya sea de manera idéntica (los delirios reaccionarios de los contrarrevolucionarios) o bajo un boato diferente, pero manteniendo el mismo trasfondo (la mitología de la Ilustración, el progreso etc.) están condenados al fracaso. Debemos ir hacia adelante, pero ¿hacia dónde? El constructivismo puramente revolucionario solo puede generar caos. Así que podemos intentar reiniciar las cosas, pero ¿podemos hacer eso, especialmente ahora que un conjunto de determinaciones históricos pesan sobre nosotros?

A nuestro juicio, es únicamente meditando sobre la esencia de nuestra cultura que podremos entender su evolución espiritual como las posibilidades de acción que nos ofrece dada su etapa de desarrollo. Quizás, como afirma Spengler, el nihilismo sea simplemente el “principio del fin”; nuestra cultura, como tantas otras antes, agotada sus posibilidades creativas y se hunde en la civilización, vestigio inerte que se contenta con la simple gestión de la herencia material que produjo el espíritu en el pasado. Sin embargo, existe una diferencia significativa: la evolución espiritual de nuestra cultura europea nos ha permitido desarrollar esta “conciencia histórica” ​​que no tiene paralelo en otros lugares. Ahora bien, podríamos decir que esta conciencia histórica constituye para nosotros un arma de doble filo. Por un lado, relativiza las cosas ya que al contextualizar todos los valores les arrebato su significado absoluto; pero, por otro lado, al poner en perspectiva la evolución de nuestra cultura con otras, puede aportarnos un principio particular que fundamente nuestra acción, aunque efectivamente la Historia no se repita dos veces y no existen leyes que se puedan encontrar en su interior (aunque si es posible encontrar algunos patrones).

Es decir, es a través de las herramientas que nos ofrece nuestra propia configuración intelectual como seremos capaces de superar esta situación. Así que el meditar sobre la esencia de nuestra cultura, a través de su desenvolvimiento histórico, es la única forma que puede llevarnos a establecer algunos puntos de referencia en este vagar sin fin; cuestionar los fundamentos sobre los que se basa la conciencia de nuestra identidad europea (¿qué nos hace europeos y no otra cosa?), que es una construcción dinámica en el tiempo es, por lo tanto, una realidad abierta que por supuesto no será solo un lugar para preservar lo que fue, sino para vigilar lo que será. La idea del superhombre quizás podría actualizarse en este sentido: una élite de vanguardia dotada de un agudo sentido histórico, capaz no solo de comprender nuestra configuración espiritual, sino también de actuar por medio del corazón, inspirándose y no reproduciendo idénticamente los gestos creativos de estos héroes que construyeron nuestra cultura.

Notas:

1. Nietzsche, F. Le nihilisme européenne, §2, p. 33 transl. A. Kremer-Marietti, París, Kime, 1997. Esta obra corresponde en realidad a la traducción de las páginas 137-238 del volumen XV de la edición de Kröner de las Obras de Nietzsche, a las que se suma el aparato crítico y las variantes: obra del Dr. Otto Weiss, a quien se debe la elección de páginas (aforismos y a veces párrafos) y títulos según el plan del 17 de marzo de 1887 proporcionado por Nietzsche para La voluntad de poder (1er libro: “Nihilismo europeo”). Además, se ha corregido la datación de la mayoría de los textos, y se puede encontrar en la traducción francesa, entre los volúmenes IX y XIV y especialmente en los volúmenes XII y XIII de la edición de las obras filosóficas completas de Nietzsche en Gallimard, textos elaborado y anotado por G. Colli y M. Montinari.

2. Nietzsche, F. Le gai savoir, 1.V, §343, p.173

3. Ibíd., L. V, §343 p.285

4. Ibíd., Prefacio

5. Ibíd., Prefacio, §3

6. Ibíd. §38, página 49

7. Ibíd. §28, página 45

8. Ibíd., §55, P.66

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